La contingencia mundial del COVID-19 ha traído con sí un gran número de preguntas éticas relevantes al tratamiento de enfermedades. Con pocos ventiladores, falta de personal y camas contadas en los hospitales nos preguntamos a escala mundial: ¿a quién atendemos primero? ¿cómo decidimos qué personas tendrán prioridad?
En menos de tres meses nos encontramos en una pandemia con poca preparación y sin los insumos necesarios para afrontarla. El “Quédate en casa” ha sido una de las medidas de prevención por parte de la Secretaría de Salud, pero incluso reduciendo la curva de contagios nos afrontamos a esta decisión difícil ya que el ser humano actúa instintivamente y siempre verá a sus familiares y seres cercanos como prioridad ante los demás.
Italia decidió después de un aumento colosal en la curva de contagios tratar primero a quienes fueran menores a ochenta años, pensando bajo una teoría utilitarista de consecuencias a futuro: los más jóvenes tienen una mayor probabilidad de sobrevivir y dentro de una sociedad capitalista aportarán un mayor número de años productivos. En cambio, China, abordó de manera diferente la situación: todos los pacientes con Coronavirus debían ser tratados en primera instancia, poniendo sólo de lado otras enfermedades con el fin de reducir el número de contagios y enfocarse en esta problemática de salud. Sin embargo, aunque exista la intención de tratar a todos por igual bajo un “velo de ignorancia” en donde no somos juzgados por nuestro estatus socioeconómico, género, profesión y etnia, nuestros recursos son insuficientes y no tenemos la capacidad de tratar a todos.
Ahora en el sector salud mexicano nos enfrentamos a la misma problemática que se adaptará al contexto social y con ello posiblemente a la aceptación de actos de corrupción y nepotismo. Siendo una sociedad desigual se trata primero y se da un mejor tratamiento a quienes tengan un mayor capital económico y social que les permite incluso saltarse la fila de espera.
Aunque esta situación lamentable pueda ocurrir de nuevo, necesitamos pensar en una alternativa ética para atender a nuestros ciudadanos.
El filósofo alemán, Immanuel Kant, ilustra con el imperativo categórico que no debemos realizar acciones con el fin de conseguir algo a cambio, sino porque proviene de nuestra buena voluntad. Su corriente ética nos presenta “el deber ser”, es decir, el obedecer una misma regla universal pensando en la colectividad, aunque sus consecuencias en otros ámbitos sean negativas. Adaptado a la contingencia del COVID-19, según Kant, deberíamos pensar en nuestro rol en la sociedad, por lo tanto, los médicos y el sistema de salud deberían atender a la mayor cantidad de personas con el padecimiento (porque ése es su deber y consta de un acto de buena voluntad) aunque esto pueda resultar en más contagios y el colapso del mismo sistema de salud, lo cual es similar a lo que sucedió en China al inicio de la pandemia.
En contraste, Aristóteles con la ética de la virtud explica que debemos ser virtuosos y vivir de acuerdo a los valores como la prudencia, templanza, justicia y valentía. Un ejemplo de esta corriente ética en la contingencia fue Suzanne Hoylaerts de Bélgica quien cedió su respirador a un paciente más joven y consecuentemente falleció, actuando de manera virtuosa y pensando que realizar esa acción sería justo para la sociedad según su moral personal.
Éticamente, no hay respuesta correcta, sino posibles alternativas. Nuestra responsabilidad como ciudadanos recae en disminuir los contagios sin monopolizar recursos, siempre pensando en las consecuencias que tienen nuestros actos mientras que el sistema de salud decide de acuerdo a sus posibilidades a quién atiende primero.
* Alumna de 8vo Semestre, Licenciatura en Comunicación , UIA León