El amor –según escribe Mario Benedetti- es como una bahía linda y generosa donde los barcos llegan y se van. “Llegan con pájaros y augurios… y se van con sirenas y nubarrones”, afirma. Y también la política, agregaría yo.
Me explico: en este espacio, al inicio del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, dimos cuenta cómo el tabasqueño llegó al poder entre los más de 30 millones de trinos de pájaros y los buenos augurios de los adeptos a su Cuarta Transformación.
Hoy, cuando el mandato del presidente López Obrador está a punto de concluir, a prácticamente cien días de entregar la banda presidencial a su sucesora Claudia Sheinbaum, no podemos ignorar que AMLO navega entre nubarrones.
Seis años tuvo, y no pudo, no quiso o no supo, disipar la neblina del autoritarismo, populismo y la corrupción soterrada que le rodeaban desde su desempeño en la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal. En sus interminables ruedas de prensa narró imaginarias hazañas que no se corresponden con la realidad del país.
Siempre que pudo se rodeó de los mismos personajes que le han acompañado desde hace un cuarto de siglo en su travesía política. Nombres y apellidos que no significan otra cosa más que corrupción, nepotismo, asalto descarado a las arcas públicas, tráfico de influencias y desprecio por las instituciones.
Solo quienes no les conocen, en sus historias y trayectorias, pudieron creerse aquello de que ellos son “la Esperanza de México”.
Y en estos últimos cien días, el presidente en lugar de menguar y permitir el arribo a la escena pública de la ex jefa de gobierno, y permitirle cierta autonomía, continúa dando coletazos de autoritarismo y sigue empeñado en desmantelar las instituciones y los organismos autónomos que constituyen los contrapesos de este país.
Y para seguir con el símil literario de Benedetti, esa embarcación linda y generosa llamada México decidió entregarse a la Cuarta Transformación sin reservas, a riesgo de quedarse a la deriva… Otra vez.
