Los neurocientíficos que estudian la mente, coinciden en señalar que enfocar la atención en emociones positivas cambia el cerebro y la conducta. Es célebre el estudio realizado en 2011 por Richard Davidson, neurocientífico de la Universidad de Wisconsin, quien analizó los cerebros de un grupo de monjes tibetanos mientras meditaban. Davidson encontró que “podemos entrenar nuestro cerebro —y a nosotros mismos— a estar más atentos, ser más compasivos e incluso más felices”.
Cultivar hábitos mentales como la generosidad, la paciencia o la gratitud, orienta al cerebro hacia esas aptitudes tan necesarias y urgentes en un mundo como el de hoy; y esta última, la gratitud, es muy apreciada en la tradición yóguica. La palabra sánscrita para designar el agradecimiento es Kritajna, que se forma a partir de las raíces krita, que se traduce como “cultivado o adquirido”, y jna, que hace referencia a “un estado de conciencia”.
La gratitud está íntimamente vinculada con Santosha o felicidad —el quinto de los niyamas o preceptos éticos hacia el mundo—, y con el amor incondicional, conectando con la sabiduría luminosa del corazón que sabe que no solo hay que agradecer por lo que nos da alegría, porque todo pasa por algo y lleva consigo una enseñanza profunda.
Pero, además, como explica el portal yoga-change.com, la ciencia ha demostrado que a nivel físico el cultivo del agradecimiento estimula el sistema inmunológico, aumenta los niveles de energía y creatividad, y crea un sentimiento más profundo de conexión con los demás. La gratitud es una práctica en sí misma, pero puede potencializarse con posiciones como Hasta Uttanasana, la postura de los Brazos levantados; Pranamasana, la postura de la Oración, y Balasana, la postura del Niño.

Hasta Uttanasana oxigena el cerebro, estira y fortalece la columna y las piernas; trabaja la flexibilidad y, ayuda a contraer y expandir los músculos de la espalda, lo que aumenta el flujo sanguíneo hacia el riñón eliminando las toxinas y purificando el cuerpo y la mente. Pranamasana ayuda a promover la calma, la receptividad y la atención consciente. La postura lleva las manos en Anjali mudra, que es un gesto de devoción al maestro externo e interno que conecta directamente sobre el chakra del corazón. Balasana por su parte, es una postura de reverencia y rendición a la grandeza y misterio del Universo, que inspira humildad y gratitud.