Acá en Torreón el sol anda descalzo y sin camisa.
El cielo es misterioso Y desde el Ángelus hasta la media luna los horizontes son de sol.
Miguel Ángel Morales Aguilar
Laberintos para acompañar a los coyotes
Torreón era una estación de tren. Cuando Federico Wulff decidió aceptar el reto que le ofrecía Andrés Eppen trajo a su familia de San Antonio, Texas para establecerse en Torreón; anteriormente había trabajado en La Laguna construyendo presas y canales.
A partir de ese momento además de hacer el trazo urbano de la incipiente ciudad edifica estructuras importantes como el Hotel San Carlos y Hotel Salvador.
Aproximadamente hacia 1899 edificó su residencia en las faldas del cerro, cercana a la estación del Ferrocarril.
Hoy esa casa del cerro es un Museo de la ciudad.
Todos estos edificios son imponentes para su tiempo, sobre todo si pensamos que era una ciudad que todavía no estaba pavimentada.
El Hotel San Carlos se destruyó en un incendio.
El Hotel Salvador sigue en pie, muy deteriorado, es un lastima, ya que es un edificio que da cuenta de nuestra historia torreonense y lagunera.
La ciudad se convertía en un torbellino, la economía se encontraba en su apogeo, las llanuras se convertían en algodón y el algodón se transformaba en aceite, jabón, glicerina, telas.
La economía lagunera se volvió global con inversiones de la Continental Rubber Company, La Asarco en minería, La jabonera de la Laguna de John F. Brittingham.
Tulitas Wulff. Cuando llega a Torreón a finales del siglo XIX escribe su impresión de la ciudad.
“Las casas eran de adobe, enjarradas en tonos claros, con ventanas largas cubiertas de barrotes y puertas estrechas.
Las perillas de las puertas por algunas razón estaban demasiado en la orilla, de manera que si apretabas los dedos las llaves daban la vuelta al revés.
Las casas llegaban hasta el borde de las banquetas de ladrillo o hasta las polvorientas calles sin un porche o patio, amontonadas en desorden como con temor o menosprecio.
El patio estaba en medio de las casas: un oasis lleno de plantas y vides, cuidadas con amor, invariablemente otorgando su máximo colorido y aroma.
Detrás de la casa había un corral, o quizá dos para los animales. Intercaladas entre las casas como sándwiches, se encontraban las tiendas, tabernas y las oficinas, ya que hasta épocas muy recientes, las ciudades mexicanas rara vez tenían “zonas residenciales”.
(Tulitas de Torreón, Recuerdos de mi vida en México… 2002. Archivo Municipal de Torreón, Universidad Iberoamericana Laguna, Torreón, 2001).
En este contexto se continúa el impulso para el crecimiento de la ciudad y de las ciudades hermanas de la Laguna:
Gómez Palacio y Lerdo Durango, San Pedro, Matamoros y otros municipios de La Laguna de Coahuila.
Un año después de haber adquirido parte de la Hacienda del Torreón.
El coronel Carlos González Montes de Oca vendió la propiedad a Feliciano Cobián, agricultor español que disponía de un buen capital que desde 1892 invirtió en distintos ranchos y haciendas de La Laguna obteniendo altos rendimientos con la siembra del algodón.
La adquisición por parte de Feliciano Cobián de los terrenos de la hacienda de Torreón tenía como objetivo su fraccionamiento y venta, lo que llevo a cabo en cinco franjas de terreno conocida como los fraccionamientos de Cobián, que aún hoy aparecen con esa misma denominación en la escrituras de propiedad.
Así como surge el primer fraccionamiento de Cobián.
Los ingenieros Juan M. Espagnet y Arturo F. Cortés, diseñan a partir de los tajos lo que sería en un futuro dos amplios Bulevares (Independencia y Revolución).
(María Isabel Saldaña Villarreal. Torreón. Un relato de su historia en postales (1897- 2000) Organización Soriana, Miguel Ángel Porrúa, México 2007).
Y la historia de Torreón. El pasado y lo que se está gestando desde un presente será el futuro. Nuestra historia seguirá.