Hoy, más que nunca, sentimos los efectos del cambio climático. El calor extremo, la falta de agua, las sequías prolongadas y los incendios forestales se han vuelto parte de nuestra realidad. Lo vivimos, lo sufrimos y, lo más importante, nos exige actuar con urgencia.
La escasez de agua y los incendios no son hechos aislados. Son señales claras de un ecosistema que está en desequilibrio. La sequía, provocada por una disminución en las lluvias y una mayor evaporación debido al aumento de temperaturas, afecta tanto al campo como a las ciudades. Los incendios forestales, muchas veces provocados por descuidos humanos, no solo destruyen árboles: destruyen la capacidad del suelo para retener agua, afectan la biodiversidad y agravan aún más el cambio climático.
En Guanajuato ya lo estamos viendo. Esta ha sido una de las peores temporadas de incendios. Y aunque la tecnología y la infraestructura ayudan, no serán suficientes si no atendemos el problema desde la raíz.
Eso significa trabajar de manera integral, con enfoque de cuenca, entendiendo que el ciclo del agua empieza en la tierra, en el bosque, en los ecosistemas que alimentan nuestros mantos acuíferos. Restaurar estos ecosistemas no es un lujo: es una necesidad.
A nivel internacional, la ciencia y la experiencia han demostrado que la mejor manera de enfrentar los retos ambientales es con colaboración. Las agendas del cambio climático, la conservación de la biodiversidad y la lucha contra la desertificación están más unidas que nunca. Ejemplo de ello es el impulso a la restauración de suelos, que mejora la retención de agua, la fertilidad agrícola y la salud de los ecosistemas.
El reto es tan grande que la ONU ha declarado esta como la Década de la Restauración de los Ecosistemas. Una estrategia global que busca que, entre todos, podamos revertir décadas de deterioro ambiental. ¿En qué consiste? En acciones que van desde la reforestación y la agricultura regenerativa, hasta la conservación del suelo y la protección de zonas de recarga hídrica.
En Guanajuato, tenemos que sumarnos con decisión. Eso implica articular esfuerzos entre municipios, dependencias estatales y federales, academia, sociedad civil y, por supuesto, cada persona desde su comunidad.
Hoy más que nunca, el compromiso debe ser compartido. Porque restaurar nuestros ecosistemas es restaurar nuestra capacidad de adaptarnos, de resistir, de asegurar el agua y el bienestar para las futuras generaciones.
Y también, porque cada incendio prevenido, cada árbol plantado, cada gota cuidada, cuenta.