Uno de los propósitos de la organización de un sistema republicano es evitar que el poder se concentre en una o pocas manos para evitar la antidemocracia. De ahí que la Constitución señale que son el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial tres poderes distintos, siendo el espíritu de la ley ajeno a la concentración.
La realidad es otra, porque quienes conforman el Legislativo por sus hechos y decisiones dan lugar a considerar que actúan para su partido y, lo que es peor, para complacer al Ejecutivo. La concentración de poder conduce a la dictadura.
Afortunadamente prevalece el Poder Judicial que ha estado a punto de sucumbir ante el Ejecutivo y todavía es rescatable su función de control constitucional vetando toda decisión o decreto que se anteponga a la Carta Magna.
Teóricamente los partidos políticos preparan a sus cuadros que podrían representarlos en cuanto asuman el poder, en exigente preparación intelectual y conocimiento del sistema al cual se van a encuadrar, para representar digna y profesionalmente, primero a los electores, y luego a la solidez de su partido.
Tratándose del Legislativo, en general no hay preparación de los ocupantes para ejercer el cargo: desconocen la teoría del Estado y la Constitución, no hay preparación para parlamentar, lo que significa la defensa de la democracia y la ley suprema, a la cual deben subordinarse.
Cuando no se tienen las bases para el desempeño eficaz, moderado y profesional viene automáticamente la decadencia en la función, ofreciendo muchas veces espectáculos deprimentes y que avergüenzan hasta a los menores de edad. Sin bien ya no se llevan armas a las Cámaras como en alguna época del pasado, muchos legisladores sí llevan armas verbales y actitudes belicosas.
El azorado auditorio o televidente observa alarmado que las diferencias se resuelven con insultos y peleas de callejón, como si a raíz de la aplicación de la fuerza física y verbal fuera un argumento, creyendo que ser mayoría es escudo de razón.
Los electores han sido testigos de que, además de peleas, jaloneos e insultos, ha habido bloqueos, rechiflas, botargas, mantas, bocinas, toma de tribuna, entrada de caballos, una mesa directiva que no respetan, al grado de pedir a los vociferantes que autorizaran borrar del diario de los debates palabras soeces.
Nuestros legisladores, incluso algunos locales, están más cerca del barrio bajo que de una augusta tribuna. La desaprovechan para legislar por la defensa y derechos de los electores y sus familias.
Y los partidos políticos de los que surgieron, ¿qué hacen? La historia se repite.
María Doris Hernández Ochoa