Política

Un futuro que valga la pena

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columna

Moisés Butze

“Se equivocó la paloma./ Se equivocaba./ Por ir al norte, fue al sur./ Creyó que el trigo era agua./ Se equivocaba…”. Cuando Rafael Alberti escribió estos poderosos versos su estado espiritual era negro y desesperado. Acababa de exiliarse en París frente a la derrota del republicanismo en España (en 1939), y pesaba sobre él, como sobre decenas de poetas deslumbrantes, la acusación infame de ser un comunista peligroso.

Según narró Alberti cinco décadas después en sus memorias (La arboleda perdida), no comprendía cómo ese estado de angustia le había otorgado aquel poema, sobre el que reflexionó el poeta: “Abriéndose vuelo entre los cielos y campos de muerte que arrastraba conmigo, aquella paloma había llegado hasta mis manos, traspasándola con aire de escritura a una hoja blanca de papel que tenía sobre la mesa”.

A pesar del exilio, que se extendió hasta 1977, Alberti tuvo suerte. A Federico García Lorca, como a tantos otros, lo habían matado; y Miguel Hernández (“un hombre que ha soñado con las aguas del mar,/ y destroza sus alas como un rayo amarrado,/ y estremece las rejas…”) iniciaba su breve pero fatal peregrinar por las cárceles españolas. “Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,/ van por la tenebrosa vía de los juzgados;/ buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,/ lo absorben, se lo tragan”.

La tenebrosa vía de los juzgados”, es un verso trascendental y profundamente reflexivo. ¿Por qué es una vía tenebrosa? Quiero pensar que el poeta no se refería al temor que cualquier inculpado podría sentir frente a un proceso, sino a algo más profundo: la incertidumbre sobre la imparcialidad de los jueces, incertidumbre que es mayor en épocas en las que se procura pavimentar cierto orden social con las losetas impuestas sobre los derechos humanos atropellados a muchas personas.

Me parece que el potente verso de Hernández, “la tenebrosa vía de los juzgados”, termina por sentenciar para la historia al sistema de justicia español de aquel entonces.

Si la justicia no es tenebrosa sino luminosa, ¿por qué los juzgados habrían de infundir miedo? El miedo solo debería derivar del propio actuar egoísta, no de la parcialidad de los jueces, ni de un orden jurídico injusto, ni de un entorno de odio y discordia. Y con esto quiero decir que nada de esto debería existir: ni jueces parciales, ni leyes injustas, ni sociedades intolerantes, y que el único temor debería provenir de saber de antemano las consecuencias inexorables de nuestras trasgresiones.

Si un sistema jurídico irrespetuoso de los derechos humanos es tenebroso, lo es también, en un buen sistema, un “juez mercadería”, para utilizar la expresión de otro poeta español, Francisco de Quevedo. “Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,/ menos bien las estudias que las vendes; /  […] No sabes escuchar ruegos baratos,/ y sólo quien te da te quita dudas;/ no te gobiernan textos, sino tratos”.

No solo con dinero se adquieren voluntades en venta, también con poder. Y tan tenebroso y nocivo es un juez en venta como quien puja por torcerle, porque además de acabar con la vocación de una persona servidora de la justicia, daña a la sociedad entera al pudrirle su sistema judicial y su orden jurídico.

La paloma de Alberti se equivocaba porque se ausentaron la empatía y la tolerancia en la sociedad; los sueños y las voces luminosas de muchos poetas y personas fueron apagadas, en ese entonces y todavía, en muchas partes del país y del mundo, por un oscuro entendimiento de los derechos y las libertades.

Por eso, la de juzgar es una vocación solitaria e incomprendida, pero fundamental, y otorga la satisfacción de hacer la justicia realizable a pesar de la marejada de problemas que vive una sociedad. Y si bien cada vocación es un pequeño brillo que puede perderse en esa tolvanera, la suma de los buenos jueces puede deslumbrar un horizonte.

La justicia y la paz se construyen en conjunto y sin esperar más que la única cosa verdaderamente valiosa: la satisfacción personal de hacer el bien y lo correcto en el nombre de la justicia.

Hoy que es el Día Internacional de la Paz quiero resaltar el papel de las personas juzgadoras en hacerla posible. No hay paz ni armonía social sin justicia, ni futuro que valga la pena sin éstas. 

Margarita Ríos-Farjat*

*Ministra de la Suprema Corte de Justicia

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  • Ministra de la Suprema Corte de Justicia
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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