Ha sido un honor y un auténtico privilegio el haber tenido la oportunidad de asumir durante dos años la Presidencia de la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, integrada por mis colegas Jorge Mario Pardo Rebolledo, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, Norma Lucía Piña Hernández y Juan Luis González Alcántara Carrancá, así como por el gran equipo de colaboradores de los cinco, y del personal profesional y administrativo de la Sala. Este gran conjunto hizo un trabajo magnífico, siempre procurando pulcritud, diligencia y buen ánimo.
En este sentido, en el informe rendido el lunes pasado sobre el quehacer de la Primera Sala en 2022 ante el Pleno de la Corte, subrayé que todas las personas que trabajan en el Poder Judicial contribuyen a un México justo. No hay tarea pequeña en el gran engranaje judicial. La justicia se construye en conjunto y con generosidad, ayudando a otros para expresar la mejor versión de sí mismos, la más clara, la más luminosa. No solamente porque la luz nunca hace sombra a la luz ajena, sino porque es la justicia la que resplandece. Poner el empeño propio es loable pero hacer brillar a los otros hace aún más potente el crisol de la justicia. Como dicen los versos de Alejandro Aura: “aquí se quedan las cosas que trajimos al siglo / y en las que cada uno pusimos nuestra identidad”, y quiero pensar que nuestra identidad es de conjunto y que, al siglo y al tiempo y a nuestro trabajo cotidiano, traemos nuestra mejor versión y la de los demás.
Por cierto, esta Suprema Corte está por renovar su presidencia y espero que esta época se distinga por esa luminosidad y por contribuir a que el brillo natural de sus integrantes sume a la prosperidad de la Unión, que solo puede ser posible con espíritu de equipo y sumando claridades. Las instituciones son grandes por la grandeza espiritual de su gente; son tan firmes como la ecuanimidad de sus integrantes; son serviciales si hay generosidad en quienes las conforman; son útiles si hay ética y dedicación, transforman si hay valentía y son productivas en armonía.
Los esfuerzos de la Primera Sala a lo largo de este año siguieron esa brújula, y el trabajo conjunto de quienes la integramos rindió valiosos frutos. Con ese ánimo resolvimos 1,269 asuntos a lo largo de 42 sesiones cada miércoles durante 2022, se dictaron un promedio de 30 sentencias por semana.
Esta eficiencia nunca se despegó de las complejas características del tipo de asuntos que resolvemos de índole penal, civil, familiar y derechos humanos en general. Al respecto, no cabe duda de que la Primera Sala posee indudable vocación de cercanía con la gente, es atenta y sensible a sus problemas más íntimos y fuertes, y sigue siendo articuladora de soluciones para las áreas más rotas del tejido social.
En el informe del lunes reseñé las historias detrás de veinticinco sentencias paradigmáticas, una muestra de apenas el dos por ciento de nuestro trabajo a lo largo del año. Al menos dos fueron objeto de reconocimiento internacional por parte de organizaciones prestigiadas dedicadas al activismo en derechos humanos, de esas me ocupé ya en este mismo espacio: “Con los ojos en la ausencia” (sobre desaparición forzada de personas) e “Indígenas en movilidad migratoria” (sobre el impacto de la Ley de Migración en indígenas que se desplazan).
En general fue un año muy completo, en el que incluso dictamos una medida excepcional y que fue la inmediata libertad de tres indígenas condenados en Michoacán por el delito de sabotaje (ante la duda razonable de que el tipo penal se hubiera configurado debidamente). También dimos cuenta de sentencias muy importantes sobre libertad de expresión; derechos de niñas, niños y adolescentes; relaciones familiares, concubinato y divorcio; prisión preventiva oficiosa (acotándola); reparación integral del daño; perspectiva de género; seguros y aseguradoras, entre otras.
Es claro el compromiso de la Primera Sala con los derechos humanos en todo ámbito, con las víctimas directas e indirectas de desaparición forzada, con víctimas de tortura, de abusos, de injusticias, con toda víctima en general; con las personas indígenas y afromexicanas; con las personas que para buscar un mejor horizonte deciden migrar; con las mujeres, que siguen enfrentándose a estereotipos; con las personas con discapacidad, que siguen sin ser vistas; con las más vulnerables, pero también con las personas que no se rinden y litigan hasta generarse a sí mismas y a los demás una mejor justicia. Historias muy difíciles pero que sentaron precedentes protectores que iluminan el horizonte para todos.
Margarita Ríos-Farjat