Hace varios años que dejé de celebrar el día de la niña y el niño (más de los que quisiera), pero recuerdo que durante mi niñez era una fecha que me emocionaba por todo lo que representaba para mí y los demás niños que conocía. Esperaba con anhelo el 30 de abril para saber qué era lo que mi familia me regalaría y para festejar con las niñas y niños de mi escuela nuestro día.
Juguetes, juegos, nuestra comida favorita, música y diversión, son solo ejemplos de lo que tanto yo, como otros niños que conocí, pudimos disfrutar en dichas festividades. También recuerdo que por aquellos años se nos permitía salir a jugar a la calle con nuestros homólogos, por lo que el día de la niñez era un día completo de diversión y entretenimiento, tanto en la escuela como en nuestros hogares y en la calle.
Sin duda alguna estoy hablando desde el privilegio, pues soy consciente de que lamentablemente no todas las niñas y niños de mi generación y de otras generaciones pudieron gozar de las mismas bendiciones que yo, es por eso que hoy que ya soy una adulta creo necesario poner sobre la mesa la interrogante de qué es lo que estamos haciendo por nuestras infancias quienes ahora somos adultos.
Más allá de los regalos y las celebraciones, lo pregunto porque hoy por hoy considero que es evidente que, tanto los hogares como los espacios públicos son cada vez más inseguros y hostiles para ellos, principalmente, puesto que, como ya lo había mencionado anteriormente, nuestras urbes se han convertido en junglas de concreto que difícilmente proveen seguridad y bienestar a nuestras niñas y niños porque no están diseñadas para ellos.
Las calles y parques de nuestras ciudades ya no permiten que las infancias puedan salir a jugar como lo hacíamos nosotros hace más de una década atrás, ya que tampoco se cuenta con los espacios suficientes ni con las condiciones necesarias para que esto pueda ser posible, lo cual evidencia la urgencia de construir urbes con perspectiva de infancias.
Pero la creación de ciudades pensadas en la niñez va mucho más allá de solo crear parques infantiles, sino que más bien se trata de tomar a los menores como uno de los pilares en los que debe basarse la planificación urbana para lograr que nuestras urbes sean espacios más habitables y sostenibles para todos los ciudadanos, sin importar su edad.
Diseñar y crear ciudades con perspectiva de infancias consiste en lograr un enfoque con el que se mejore el desarrollo, la igualdad de oportunidades y la salud de nuestras niñas y niños, tomando como factores de suma importancia, su independencia, experiencias y necesidades para configurar el entorno y propiciar que todas ellas sean solventadas.
Que puedan ser libres y sobre todo que puedan gozar de ambientes sanos y hechos a su medida, donde puedan jugar y desarrollarse plenamente, tanto en contacto con la naturaleza, como con sus congéneres para poder tener en un futuro, adultos más sanos física y emocionalmente.
Por eso creo que como adultos, el mejor regalo que podemos darles a nuestras niñas y niños este año y los que faltan por venir, es exigir y ayudar a crear las ciudades que se merecen, donde puedan jugar y moverse libremente y de forma segura, aprendiendo y desarrollándose plenamente, así como también siendo los adultos que a nosotros nos hubiera gustado tener cerca, impulsándolos y apoyándolos siempre. Porque si construimos una ciudad exitosa para ellos, habremos logrado una ciudad exitosa para todas las personas.