Desde los primeros momentos de la vida aprendemos conceptos y actitudes que, por lo general, nos fueron transmitidos con las mejores intenciones por parte de nuestros padres. Muchos de esos conceptos aprendidos resultan sumamente valiosos a lo largo de la vida. Otros, los descubrimos sobre la marcha en forma más o menos dolorosa, que no ayudan en nada y también aquellos que se transformaron en verdaderos obstáculos, como opositores internos que todos cargamos. Entre estos últimos podemos identificar el contundente mandato de no ser atrevido, es decir, el no atreverse, así como el de la obediencia sin restricciones.
Hay personas que han estado expuestas en forma reiterada a juicios negativos por parte de sus educadores y lo peor es que en muchos casos se lo creyeron, por lo que no es de extrañar que con el paso del tiempo se hayan ido apropiando de aquellas voces adversas construyendo de esa manera un concepto devaluado sobre sí mismos.
Uno de los obstáculos más poderosos en este proceso tiene que ver con el miedo a equivocarse. Ya sabemos que muchos descubrimientos nacen de un error. Por ejemplo, para descubrir la penicilina, Fleming usó un error, al cultivar unas bacterias y aparecieron hongos que las comían y le arruinaban el cultivo. Entonces, en lugar de tirar el preparado porque lo que estaba analizando era otra cosa, observó ese error aparente y estudió los hongos. Siguió investigando los hongos y no las bacterias. El problema se convirtió en la solución y descubrió la penicilina.
Es necesario rebelarse ante argumentos del tipo de “siempre lo he hecho así”, “para eso no sirvo”, “ya le intenté y fracasé”; se trata de animarse, de atreverse. Obviamente el asunto no es cambiar por cambiar. Es imprescindible preguntarse qué hay que cambiar, así como también cuestionarse qué es lo que no se debe ni se quiere modificar; emprender un proceso de limpieza interior, asumiendo la capacidad de desprenderse de aquello que fue necesario en cierto momento y hoy constituye un peso innecesario.
Animarse a desaprender supone desinstalarse de viejas certezas, de inercias. Nuestra formación no nos ha preparado para aceptar que no sabemos. A muchos se nos ha enseñado a parecer seguros y confiados, a dar nuestra opinión como si fuera la verdad. Por el contrario, es necesario reconocer que se tienen preguntas para las que no hallamos respuestas, por lo que desaprender implica reivindicar el derecho a preguntar y a preguntarse, sabiendo que responder no es cancelar las dudas sino modificarlas, sustituirlas por otras preguntas más profundas.
Habrá que atreverse a cuestionar, tener una actitud crítica, descubrir nuevas formas, nuevas tareas, nuevas perspectivas para nuestro desarrollo humano.