Seguramente nos hemos sorprendido, platicando con personas comunes y sencillas, ante su capacidad de penetración psicológica, opiniones sabias y realistas, de las que podemos decir que son buenos psicólogos aun cuando no han oído hablar de Sigmund Freud, ni de Alfred Adler, ni de Carl Jung.
Son como psicólogos autodidactas, que han aprendido psicología de la vida, de las luchas que han tenido que enfrentar, de los problemas que han tenido que superar.
Estas personas que han vivido y han reflexionado, a través de sus años han sopesado la realidad y las conductas humanas, han observado sus matices y han adquirido ciencia de la vida.
Aprenden de la vida en su fermento cotidiano, observando, confrontando, reflexionando, encontrando semejanzas y diferencias, relacionando los hechos, así como lo hace el científico, el dramaturgo o el gran novelista.
Pero no escriben libros, no pretenden saber, o enseñar, son humildes.
En cambio, muchas veces el erudito no aprende de la vida, sino sólo de los libros.
No consigue ver con sus propios ojos, o experimentar la emoción de la experiencia, sino que repite lo que ya han dicho o escrito otros: autoridades reconocidas por la costumbre y por la academia.
Muchas personas, sabias pero sencillas, inteligentes, capaces de aprender e investigar, cuando están en contacto con los eruditos, de entrada, se sienten ignorantes, sienten vergüenza.
Quizá luego reflexionen y sienten que aprenden algo nuevo, o por lo menos le ponen nombre a la situación o al hecho.
La verdadera cultura, la que es útil es siempre una síntesis entre el saber acumulado y la observación incansable de la vida circundante, con actitud indagatoria, cuestionadora y crítica.
“La primera asignatura de una universidad es la realidad” nos insistía Ignacio Ellacuría, jesuita mártir de El Salvador.
No basta para entender el mundo, entendernos a nosotros mismos y a los demás con asistir a cursos, talleres, jornadas; no basta con leer libros, columnas periodísticas o ver el Discovery Chanel todos los días, es necesario reflexionar, hacer conjeturas, cuestionarse la realidad, tener una actitud indagatoria y crítica de la realidad, confrontar, reconocer las emociones y las intuiciones junto con los pensamientos que nuestra experiencia nos suscita.
Es necesaria una actitud científica más que conocimientos científicos, un carácter explorador y pionero más que buscar la verdad en el internet o la biblioteca.
En síntesis: ser eruditos e investigadores sin perder la humildad.