En política, una respuesta tibia no es una respuesta. Se acerca mucho al silencio. Y el que calla otorga.
Tibia ha sido la respuesta del PAN ante la burda intromisión del ex gobernador panista de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, en la relación de su partido con el PRI de NL. Oliva no solo ofreció su apoyo a Adrián de la Garza y a Francisco Cienfuegos, sino que se apuntó para “hablar con Larrazabal”.
En un contexto nacional donde PRI y PAN van juntos en doce elecciones a gobernador, esta eventualidad no puede tener otra lectura: aquí también van juntos, solo que por abajo del agua...
A menos que griten fuerte el foul. Que griten fuerte la traición. Que exijan la expulsión de este ex gobernador varias veces encargado de elecciones en el CEN panista. En 2018, el recién llegado Marko Cortés le pidió hacerse cargo de la elección navideña, donde por fin ganó Adrián de la Garza.
Que exijan su expulsión jurídica y políticamente. La primera importa, pero ya se sabe que no pasará gran cosa. Más importante es que los líderes panistas hagan un escándalo del mismo tamaño; que lo haga en particular Chefo, quien, se dice, tiene buenas relaciones con el PRI, y que lo haga Larrazabal, cuya respuesta se redujo a: “seguiré siendo panista, no voy a declinar”.
Basta intentar ponerse en el pellejo de un simpatizante panista y ver desde su perspectiva la gloriosa llegada de un ex gobernador yunquista a apoyar a los candidatos del PRI: cualquiera se quedaría perplejo al enterarse de que Adrián declaraba que era una estrategia acordada desde hace meses.
Cualquier ciudadano, aun sin decidir por quién votar, se confundiría si Larrazabal no tronara ante la traición de un militante distinguido del PAN, al saber que lo presentó como un candidato dispuesto a “bajarse” ante el PRI.
Y cualquiera terminaría por darle la espalda al PAN, al ver levantar los hombros a Carlos de la Fuente, coordinador de la bancada azul, y escucharlo decir que es legítimo que los priistas busquen rodearse de expertos “en el aspecto territorial”.
