El año amanece con tarea. 2020 y su pandemia, sumados a anteriores trances, vinieron a poner en el balcón una crisis de la inteligencia. No es que haya surgido ahora. Ya estaba, pero no tan a la vista. Se hizo visible una poderosa incredulidad ante la perspectiva científica y ante el punto de vista de quienes enarbolan la bandera científica. Quedó claro que mucha gente no cree en lo que se consideraba oficialmente la piedra firme de nuestro andar en el mundo.
Frente el virus, una situación límite, salió a la luz esa gran cantidad de visiones de la salud que no solamente carece de una base científica sino que abiertamente se opone a ella. La más universal es la que reniega de las vacunas; esa rebasa nuestro país y nuestro continente: los gobiernos de todo el mundo han batallado no solamente para impulsar el diseño, la producción y la verificación de vacunas, ¡sino para que la población esté dispuesta a aplicársela!
Los argumentos son variadísmos. Van desde lo antinatural que resulta ponérsela, hasta la idea, que consideran “clara y distinta”, de que se trata de un mecanismo de control impuesto por los poderosos: aunque Descartes se retuerza en la tumba, que no sería la primera vez.
En otro tiempo esto sería ignorancia pura y simple. Y se curaría con pura y simple educación. Ahora ya no. No lo podríamos menospreciar así, desde el momento en que vemos enarbolar estas banderas a personas con estudios de posgrado o, sobre todo, desde el momento en que algunos cimentan y discuten sus posturas anticientistas con relatos coherentes y significativos.
Es que no es solo es la pandemia y la salud. También se ha puesto en duda cierta racionalidad científica aplicada a la seguridad, a la economía o las decisiones básicas de una sociedad. Esa racionalidad que no ha sido proveedora suficiente ante las necesidades pedestres de la humanidad y en especial de la mayoritaria humanidad de la calle. Esa racionalidad que, aún ante sus errores, ha abusado de sus poderes y se ha negado a cuestionar los propios prejuicios. Las emociones y los impulsos libertarios que despierta en su contra no pueden ser despachados como simple y llana locura.
2021 amanece con tarea: ¿Será un año para la filosofía?