La Tinta encarnada sueña con las selvas de Brasil, de donde vino, cada que el alumbre y el vinagre la sofocan; sólo la alivian y contentan la goma arábiga y 125 gramos de azúcar.
De la Tinta comunicativa se sabe que era viajera y camellona, alimentada sólo de anilina y de dos litros de agua y uno de glicerina, y alumbre; para largas travesías donde quedaban sus huellas sobre las dunas de papel y los terregales del camino. Polvo impreso.
La Tinta que habló con el Cristal tiene recuerdos lejanos de cuando fue betún en Judea; para ella es continuo azoro la poderosa contradicción de que únicamente con sus polvos negros lograba darle digamos cristalidad al cristal.
Lo de la Reina de las tintas fue como un cuento de hadas: nadie habría pensado que detrás del pobre jugo de los pobres yezgos y su olor fétido podría salir una tinta reinante.
La Tinta dorada, orgullosa de su aspecto nunca supo que llegó al mundo en un mortero de lecho ambarino donde se mezclaban panes de oro y miel en hilos.
Cuando se enferma de moho la Tinta-tinta sueña con una cura de alcanfor y una dieta de convalescencia con exactas dosis de cebada; le viene bien la lavanda, en gotas de aceite y, en gotas de aceite también la especie del clavo. Lavanda y clavo son la recóndita clave de su equilibrio.
De la Tinta roja: guardaba y era la memoria de la sangre lunar, al ser trociscos de carmín en un mortero de porcelana.
De la Tinta renaciente, la tinta que volvía a serlo en un escrito borrado por el tiempo, se sabe que recobraba su integridad mediante cinco o seis agallas, glóbulos vueltos polvo finísimo y, lo más importante, ese polvo era disuelto en medio vaso de vino blanco puesto luego a calentar. El vapor le restauraba la memoria de lo que había sido: peleadora contra el tiempo y parte de un escrito imborrable. [Tintas encontradas en: Ireneo Paz, Diccionario del Hogar (1904); y en: Profesor Max Wolkmann, 500 secretos para ganar dinero y hacerse independiente. Editorial Pax-México, sin fecha.]
Luis Miguel Aguilar