Le puse “El Corral de la Motería” luego de pasar por ahí: ignoraba que junto a la Estela de Luz hay un expendio de marihuana, y al aire libre sobre todo varones de jovencitos a viejos y diversos oficios contribuyen a una humareda, digamos, de olorosa sonoridad. En el caló de mis tiempos se habría dicho: Junto a la Estela de Lux puedes ponerte hasta atrux. Ante lo natural del escenario es imposible no sonreír y pensar en lo absurdo de que la marihuana esté prohibida.
Y hablando de prohibiciones. En sólo un par de días, 1. He visto y oído cómo una señora que vende tacos de canasta recibe una pregunta de un cliente luego del taqueo: “¿Oiga, y ya no tiene…?” Ella asiente discreta y en otra canasta apenas levanta una tela; ahí esconde ahora los cigarros. 2. He recordado hasta qué punto y cómo desde hace años los puestos de periódicos se han vuelto también pequeñas misceláneas. Ahora noté que el puesto de la esquina ofrecía las frituras y bebidas de siempre, al ver que alguien encendía un cigarro luego de detenerse ahí. Y claro: junto a la silla de la mujer había una caja de madera cerrada, con el tabaco clandestino. 3. He visto y oído cómo en otro puesto de libros de viejo la señora le contesta a un cliente: “Sí, pero ya no podemos” (y da a entender con señas en las manos) “exhibirlos”. Luego entreabre un cubo de mimbre y saca de ahí el cigarro.
Esto último mientras me decidía a comprarle por 15 pesos un viejo libro de Manuel Durán (SepSetentas, 1973) sobre Rulfo, Fuentes y Elizondo. Al pagarle sentí cómo la prohibición sólo extiende, atiza el deseo. Casi me dieron ganas de lanzarme a una especie de “reconquista bárbara” de mi adolescencia comprándole un cigarro. No recuerdo cuánto costaba una gavilla de cohetes; un cigarro Bali costaba 20 centavos y un Baronet, 25. La clave de acceso era: ¿Tiene dulces? Tal vez a la señora de los libros de viejo puede sugerírsele algo. Como no recuerdo una novela donde más se fume que en Rayuela, la clave podría ser: ¿Tiene cortázares?
Luis Miguel Aguilar