Pido a quien lee lea este poema. Se titula “Otoño” y su autor es el inglés Walter de la Mare, nacido hace 150 años. La versión al español es del poeta cubano Eliseo Diego; viene en Conversación con los difuntos (1991). Refiere Eliseo Diego que su traducción le llevó diez años (“no fueron para mí en vano; mucho aprendí de semejante Maestro”).
“Sólo está el viento donde la rosa estaba,/ fría la lluvia donde la dulce hierba estaba,/ y nubes como ovejas/ trepan por los abruptos/ y grises cielos donde la alondra estaba.// No está ya el oro donde tu pelo estaba,/ no está el calor donde tu mano estaba,/ sino vago, perdido,/ debajo del espino,/ tu espectro está donde tu rostro estaba.// Tristes los vientos donde tu voz estaba,/ lágrimas donde mi corazón estaba,/ y ya siempre conmigo,/ hijo, siempre conmigo,/ sólo el silencio donde la esperanza estaba”.
Pido a quien lee lea de nuevo el poema pero esta vez donde dice “hijo” que diga “niño”. En “hijo-niño” y en De la Mare-Eliseo Diego ha ocurrido algo que es como de las “magias parciales” de la poesía. “Otoño” se lee como el lamento por un niño muerto. En una edición reciente (2021) de Walter de la Mare leo que el poema puede referirse a un amiguito muerto del que poco se sabe. Pero que a fin de cuentas el poema es tanto una elegía a la infancia misma que a cualquier compañerito particular de la infancia. Incluso al propio De la Mare. Originalmente el poema se titulaba “El compañero de juegos perdido”. Pudo ser él mismo; De la Mare era dado a crear “fantasmas”, o dobles. “Otoño” bien pudo ser una despedida a su infancia y a su infante. El original dice “child” en efecto. Eliseo Diego se refirió también a “Otoño” como “el breve poema que (De la Mare) dedicó –según creo—a un hijo muerto cuando era todavía muy pequeño”. Este “creo” permitió que en lengua española, y sólo en ella, tuviéramos un poema increíble no sobre la muerte de un niño sino sobre la pérdida de un hijo. Pido a quien lee lea de nuevo con el “hijo” del principio.
Luis Miguel Aguilar