Es como si el nombre de Manuel Payno hubiera nacido ya con el adjetivo costumbrista y a diferencia de otros contemporáneos suyos fuera un nombre nunca relacionado con la poesía. Y menos con un poeta como Luis de Góngora a quien el XIX mexicano apreciaba sólo o más por sus poemas “ligeros”, sus letrillas.
Leía sus “Crónicas de viaje”. En 1845 Payno está en La Habana y desde ahí redacta varias de ellas. Una empieza: “Invito a todo viajero que visite La Habana que no omita el hacer una excursión a San Antonio Abad de los Baños. Es un agradable y cómodo paseo, que le presenta la oportunidad de conocer algo de esta naturaleza tan lozana y tan bella de la isla de Cuba”. Dice que al cabo de una hora de camino, “siempre por extensas llanuras, llegamos a San Antonio”. Describe que la parte más pintoresca del pueblo está en las orillas del río Almendares “que transparente y manso va a hundirse a pocos pasos en una caverna, sobre la cual está una antigua y gruesa ceiba. Mucho de majestuoso y de poético tiene este magnífico árbol, entre cuyas raíces se pierden y hunden los cristales del arroyo”. Y entonces: “Un discípulo de Góngora habría dicho al ver este sitio: ‘Mil culebras de cristales/ Torciendo sus colas claras/ Con maravillas muy raras/ Se van a la oscuridad’”.
Nada mal este Payno gongorino. Que yo registre, la poesía de Góngora tiene serpientes, sierpes, áspides y víboras. Y sólo una culebra con la que se compara a una hilera de cazadores que baja “tortuosa” por un cerro. Pero Góngora siempre escoge “serpiente” o “sierpe” cuando la asocia con cristales acuáticos como en “… donde mil arroyos cruzan/ como sierpes de cristal/ entre la hierba menuda”. Con “culebras” Payno volvió acuáticamente hispanoamericanas a las sierpes gongorinas.
Y una última cosa. Casi un siglo después, cerca de San Antonio Abad de los Baños y también en La Habana, un gongorino mayor escribiría un ensayo inolvidable. Se trata de José Lezama Lima y su “Sierpe de Don Luis de Góngora” (1951). Qué más.