Leo (El Mundo, 15/5/24) que el mayor número proporcional de personas mayores (65 años o más) se encuentra en Japón y es el más alto del mundo: 29.1 por ciento de la población. Uno de cada 10 japoneses tiene 80 años o más y hay más de 90 mil ancianos que rebasan los 100 años. Uno de los dramas: más de 17 mil personas mayores han muerto solas en sus casas entre enero y finales de marzo. Se calcula que anualmente unas 68 mil personas mayores mueren así. En 2020 el número fue 1.35 veces mayor que en 2015. Desde 2023 la Oficina del gabinete trabaja para identificar la situación real de las muertes solitarias en Japón, y las probabilidades de aumento son muy altas. Los funcionarios definen la muerte solitaria como “la muerte de una persona sin quién la cuide, y cuyo cuerpo se encuentra luego de que transcurrió cierto tiempo”.
Llamémosle a lo anterior el “texto por fuera”. Llamémosle el “texto por dentro” a lo que sigue.
En 2017 Norimitsu Onishi publicó una notable pieza periodística; la tengo en Lapham’s Quarterly (primavera, 2021). Onishi reporteó sobre los habitantes de un inmenso complejo de edificios y departamentos, en las afueras de Tokio, habitados por viejos. Gran parte del texto se va en describir cómo dejaban señales a otros para que se enteraran de que habían muerto; digamos: una mujer de 91 años, que hacía 25 había perdido a su esposo y a su hija por cáncer en un lapso de tres meses, cada tarde como a las 6 PM, antes de prepararse para la noche, cerraba el biombo de papel en su ventana. Al día siguiente, cuando su alarma sonaba a las 5: 40 AM, recorría el biombo. “Si está cerrado”, le dijo a su vecina, “es que ya me morí”. Sus precauciones tenían raíz profunda: recordaba que la primera muerte así con impacto nacional fue la de un hombre de 69 años. Su cadáver llevaba tres años sobre el suelo, sin que nadie notara su ausencia. En el año 2000 las autoridades abrieron el departamento y encontraron su esqueleto cerca de la cocina, limpio por los gusanos y los escarabajos.