Los banqueros centrales, en elocuentes discursos, hicieron una promesa: combatir la inflación hasta las últimas consecuencias. ¡Y no es para más!, ¡La inflación está desatada! Además, este tipo de ofrecimientos antes les funcionaban. Hay que recordar, por ejemplo, a Mario Draghi en su papel de presidente del Banco Central Europeo en julio 2012 con su whatever it takes para defender al euro y dar confianza al público inversionista respecto a que harían “todo lo necesario” para solventar la crisis de deuda en la que se había metido Europa y, cual mantra de brujo medieval que conjuró a un complejo hechizo para salvar al reino, ¡funcionó!, otro ejemplo es el big bazooka de Ben Bernanke, quien fuera presidente del Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos en 2008, el cual inauguró la era de la liquidez infinita (el relajamiento cuantitativo) y que recientemente le hizo ganar el premio Nobel de Economía.
Obviamente, ambos discursos vinieron acompañados de programas que sustentaban las promesas; sin embargo, si no tuvieran la grandilocuencia del discurso, es altamente probable que el programa no tendría el mismo efecto.
Regresando al presente, 2022 no está exento de mensajes contundentes de banqueros centrales. Uno de los más elocuentes es Jerome Powell, actual presidente del Sistema de la Reserva Federal, por ejemplo, en su discurso en Jackson Hole. El contenido del discurso no fue nuevo, pero la forma sí. En poco más de 8 minutos sentenció al mercado con mensajes como: “no nos vamos a detener”, “tenemos que bajar la inflación y al hacerlo causaremos dolor, pero no nos importa” y “actuaremos hasta las últimas consecuencias, hasta donde tope”. En un mundo lleno de tibieza, la determinación de los líderes siempre es bienvenida, incluso, reconfortante.
Pero, siempre hay un “pero”, contrario a otras ocasiones, esta vez no hay un programa o plan que sustente el discurso, sólo palabras vacías y mucha fuerza bruta, porque los bancos centrales están atados de manos. El problema viene de lugares en dónde el banco central no puede alcanzar. Friedman decía que la inflación es, siempre, un fenómeno monetario. Bueno, pues en esta ocasión se equivoca. La inflación vino de un problema fiscal y de un problema geopolítico, por lo que, intentar resolverla con herramientas monetarias, tendrá un efecto mucho menor.
¿Qué es lo que le queda a los bancos centrales? usar la fuerza bruta y destruir. Destruir la demanda, consumo y empleo con la esperanza de que ralentice las presiones ocasionadas por la disminución global de oferta, y que, muy simplistamente, cantidades demandadas y ofrecidas encuentren un equilibrio más abajo en la gráfica.
Ahora bien, dicha destrucción de valor alcanzado, y a mi parecer lo seguirá haciendo, al mercado financiero. Aquí podría desviarme del tema y argumentar que no es una destrucción de valor, pues fue “valor” que se creó por exceso de liquidez inyectado durante la crisis de 2020, es decir, creado con puro aire caliente, pero dejaré esa idea para otra columna. Lo que sí quiero recalcar es que dicha destrucción es sin precedente. En lo que va del año, se esfumaron cerca de 50 billones de dólares, o lo equivalente al PIB de Estados Unidos, Europa y China; y lo más curioso es que el problema no es la cantidad, sino la rapidez.
Esta destrucción, rápida y furiosa, llevará a los bancos centrales ante una disyuntiva: seguir subiendo tasas para buscar destruir demanda y seguir combatiendo la inflación, o velar por la estabilidad del sistema financiero. Además, llegaremos a la encrucijada más rápido si la inflación no cede pronto: no podremos tener ambas cosas. Un ejemplo claro es lo que pasó con el Banco Central de Inglaterra las últimas semanas. Tuvo que recular en sus políticas restrictivas y volver a inyectar liquidez en el mercado para evitar que el sistema de pensiones del país colapsara. En este caso, el banco optó por la estabilidad financiera; sin embargo, no quedó muy feliz con su decisión, por lo que su gobernador Andrew John Bailey dio un ultimátum a los participantes del mercado para que “arreglaran” sus posiciones en menos de 3 días. Aquí la pregunta obvia es ¿cómo arreglas un problema que se gestó durante 15 años en 3 días?, imposible. Las políticas implementadas los últimos 15 años, diferentes, pensadas “fuera de la caja” trajeron problemas diferentes y “fuera de la caja”, que no se van a resolver en 3 días y mucho menos con las herramientas convencionales con las que cuentan los bancos centrales.
La conclusión es que, en esta ocasión, las palabras no vienen acompañadas de soluciones reales, pero sí llenas de mucha violencia que, más pronto que tarde, terminará pasando una factura muy difícil de pagar. La disyuntiva que arriba menciono cada vez se hace más patente y peligrosa: ¿romperlo todo o quitar el pie del acelerador, y dejar que la inflación siga corriendo a costa de perder credibilidad (el activo más importante de un banco central)? difícil decisión la que tienen los bancos centrales hacia adelante, sobre todo, cuando “las últimas consecuencias” empiezan ya a asomar sus feas narices.
** Luis Gonzalí, es CFA. VP/Co-Director de Inversiones en Franklin Templeton México