Mientras los teóricos de la democracia debaten -con rostro solemne y adusto, sobre la calidad de la democracia en América Latina; en México se atropellan para competir por diputaciones federales, alcaldías y gubernaturas el 6 de junio próximo: actores, actrices, cantantes, imitadores, conductores de programas, “youtubers”, luchadores, boxeadoras, clavadistas, futbolistas, entrenadores y comentaristas de fútbol.
Si, ahí están, Carlos Villagrán -el famoso Quico de “el Chavo del 8” quien busca la gubernatura de Querétaro; la actriz y vedette cubana pero nacionalizada mexicana, Malillany Marín, que busca ser alcaldesa de la Delegación Miguel Hidalgo y 3 espectaculares luchadores; Tinieblas Junior, el Crístico y Blue Demon junior quienes aspiran, respectivamente, a la alcaldía de la Delegación Venustiano Carranza; de la Delegación Cuauhtémoc y a una diputación federal.
¿Por qué si son “personajes del espectáculo” alejados de la política fueron elegidos para contender por posiciones de poder público? ¿Importa su falta de experiencia cual funcionarios o administradores públicos para competir? ¿Qué podemos esperar de ellos como electores?
La crisis de representatividad de los partidos políticos -aunada al desprestigio de la clase política- obliga a sus dirigentes, a agarrar clavos al rojo vivo para sobrevivir.
No importa la experiencia o los resultados que puedan ofrecer sus candidatos a los electores. Lo único relevante es su rentabilidad electoral.
Con esta decisión, también sufre la calidad de nuestra democracia que refleja su pobreza intrínseca, al menos, en 3 aspectos: el nivel de nuestra educación cívico-ciudadana, la solidez de nuestro Estado de derecho y la profundidad de nuestro arsenal aspiracional como país para fortalecer su futuro democrático.
Sin saberlo, quizá, estos dirigentes partidistas se hacen eco de las palabras de Guy Debord (1931-1994) quien define el sentido de la época actual con esta frase: “el espectáculo es la principal producción de la sociedad actual”.
Y, por ende, la democracia también.