Tal cómo lo previó, Max Weber, uno de los padres fundadores de la sociología, desde finales del Siglo XIX: el mundo vivirá un proceso de desencantamiento o deshumanización progresiva, en el cual las relaciones de contenido ético o subjetivo serán desplazadas por aquellas de carácter utilitario o racional.
Por ello, el mundo moderno es un mundo desencantado en el cual prevalecen el individualismo con tintes egocéntricos, el consumismo obsesivo, la acumulación a destajo y la búsqueda del estatus como un fin en sí mismo, por encima de una preocupación puntual por las relaciones interpersonales, empáticas y compasivas; la vida en comunidad solidaria intervecinal; la participación ciudadana, la preocupación por el medio ambiente y los efectos del cambio climático.
(2) Esta deshumanización corre paralela a una violencia generalizada en la cultura de masas que tiende a reflejar y dignificar la cultura del Crimen Organizado.
Lo observamos en muchos cantantes de música urbana -reguetón, rap, champeta, música de banda, corridos tumbados o bélicos, cumbias, etcétera.
Los contenidos de sus canciones y videos refrendan los valores de una cultura violenta -de barrio- en la cual, la muerte es casual pero permitida por los excesos; el machismo es una condición de supervivencia animal y la mujer es un simple objeto sexual: disponible y desechable en cualquier momento.
Lo mismo ocurre con una gran cantidad de comediantes mexicanos.
Por eso, entre las grandes mayorías de mexicanos, nuestro tránsito deshumanizado y violento, hacia el nuevo cambio de época, pasa por Peso Pluma, un cantante de corridos bélicos que magnifican la cultura del Crimen Organizado y un comediante payaso llamado Brincos Dieras que en sus “chous” pisotea -hasta el cansancio- la dignidad de los asistentes: sobre todo mujeres.
Mientras Peso Pluma canta, decenas de miles de espectadores jóvenes, todos delirantes, aplauden para imaginar universos criminales alterados; y cuando Brincos Dieras hace su “chou”, los miles de asistentes se unen con él, para enardecidos denigrar su propia dignidad personal y colectiva.
Nota: El autor es Director General del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.