Cada edición del Festival Internacional Cervantino debe ser un homenaje a la figura y a la obra de Cervantes. Es la ocasión propicia para rememorar los desafíos artísticos y aportaciones humanísticas que nos legó este gran escritor español.
La lucidez en la locura de don Quijote nos invita a romper barreras, una de ellas es la disciplinaria. Juntar dos o más disciplinas para lograr mejores niveles de entendimiento de la realidad suele resultar desafiante, emotivo y, en ocasiones, conmovedor. Juntemos, por ejemplo, la literatura con el derecho.
La literatura nos acerca a las diversas expresiones de lo humano. Bien sea para entender la realidad, envolvernos en la ficción, o vincular ambas, los escritores nos comparten una particular visión del mundo, de su mundo. Y a través de la lectura hacemos nuestras propias interpretaciones; cada obra leída va perfilando –le da forma– a la visión de la realidad desde nuestra propia óptica.
A su vez, el derecho, su diseño y aplicación, también es el reflejo de la realidad, emerge de ella; suele poner en evidencia su crudeza e, incluso, en ocasiones la llega a superar. Las leyes, los ordenamientos y las instituciones jurídicas, son construcciones técnicas derivadas del quehacer humano, con todo lo que ello representa. Asimismo, el derecho suele estar acompañado de formalismos que en ocasiones facilitan su aplicación al caso concreto, pero en otras son verdaderos entuertos y atolladeros que en lugar de aproximar, alejan al fin último del derecho: la justicia.
Pues bien, en Cervantes y en su obra encontramos hallazgos del derecho –particularmente del derecho penal–, como medio, y de la justicia como fin. Empecemos por la persona y luego por su obra. Cervantes vivió –y padeció– el rigor del derecho penal: estuvo en prisión por un comportamiento que, de acuerdo con la jerga jurídica actual, sería algo así como malversación de fondos públicos.
Quizás por ello Cervantes, en el Quijote, evoca una especial sensibilidad por el sentido de justicia y desafía a las instituciones, pues recordemos que don Quijote, participa en riñas –incluso con armas punzocortantes–, se va de algunas ventas sin pagar, se asume como autoridad –acción que ahora sería el delito de usurpación de funciones públicas–, participa en evasión de reos. En fin, llevado al rigor de las leyes actuales y sometido a las prácticas con los que suele procesar, juzgar y sentenciar la santa inquisición colectiva contemporánea, sobre todo por medio de las redes sociales y el expertis con el que se asumen algunos opinólogos, en la actualidad don Quijote sería un auténtico malandro, un delincuente; y Sancho, por lo menos, sería cómplice en la comisión de tales delitos. Y, además, como en algunos casos involucraban a otras personas en la realización de sus actividades delictivas, seguramente serían catalogados, o estarían fichados como integrantes de la delincuencia organizada. Pero si hacemos un análisis riguroso de esos comportamientos, encontraríamos excluyentes de responsabilidad penal y, sobre todo, nos encontraríamos con una esencia humana, sensible y comprensible en aquello que juzgamos a primera vista; llegaría un momento en el que la locura se confunde con la lucidez, y viceversa, encontrando en el guiño humorístico un aliado para hacer más llevadera la realidad.
Por otro lado, en el capítulo XLV de la segunda parte del Quijote, se presentan algunos casos en los que Sancho resuelve en su calidad de gobernador de la ínsula Bartaria. Resuelve fraudes, estafas y una supuesta agresión sexual. Lo hace acudiendo a recursos como el sentido común, a las prácticas y costumbres de la época y, sobre todo, al buen entendimiento y a la buena voluntad. Además, por la forma en la que llega construir las resoluciones, ahora estaríamos hablando de procesos orales, públicos, sumarios, adversariales… es decir, del debido proceso.
De esa manera encontramos, en la obra comentada, dos expresiones de justicia. La que se representa en el mundo ideal de don Quijote, sin fallas; y la de Sancho, que no pretende ser perfecta, pero se propicia de la mejor manera posible acudiendo a la buena voluntad y sentido humano de quien juzga. Quizás merezca la pena vincular ambas expresiones de la justicia para lograr una mejor sociedad más justa, equitativa, más humana; y un derecho más claro, expedito y menos complicado. Se vale acudir a la ficción.
Además del Quijote, la vinculación entre literatura y derecho la encontramos en innumerables obras. Sólo por citar algunos ejemplos: en El mercader de Venecia, de Shakespeare (donde encontramos una aproximación entre la justicia y la misericordia); en Fuenteovejuna, de Lope de Vega (que relaciona el poder y la justicia), El Padrino, de Mario Puzo (en una manifestación peculiar de la justicia al margen del derecho); en Crimen y castigo, de Dostoievski (donde nos encontramos con una singular modalidad del merecimiento de pena); El proceso, de Kafka (una ficción de lo tortuoso que es una causa judicial y que sucede más de lo que nos imaginamos). Éstas y otras referencias se encuentran en un libro titulado La ley y las palabras. Acotaciones sobre derecho y literatura, que tuve el privilegio de escribir en coautoría con un extraordinario poeta, novelista y cuentista universitario: Benjamín Valdivia. La obra se publicó en 2017. Fue una gran experiencia, estamos planeando otro experimento de esa índole.