Hace tiempo leí un libro llamado: “Encuentro con la sombra”, una recopilación de casos psicológicos relatados en un lenguaje sencillo y accesible, por profesionales de la salud mental de la escuela jungiana.
Desde entonces entendí que en alguna parte de nosotros, existe otra persona de la que no sabemos nada o casi nada, una parte de nuestra personalidad que solo se muestra bajo ciertas circunstancias y cuando lo hace, suele sorprender a quienes creen conocernos y aun a nosotros mismos.
Esa persona oculta y desconocida existe precisamente en lo que Carl G. Jung denominó “la sombra”, un terreno que pocas veces nos atrevemos a explorar, porque hacerlo nos enfrenta con rasgos emocionales y de conducta negativa que tenemos pero que no nos gustan, tales como: la envidia, la codicia, la mentira, la soberbia, la lujuria o bien tendencias asesinas o suicidas.
Preferimos pensarnos “buenos y justos”, conforme a una imagen ideal que nos hemos creado de nosotros mismos.
Desde entonces, el sólo hecho de aceptar que esta idea jungiana pueda tener algo de cierto, me hizo estar más atento a mis emociones, es decir; darme cuenta de lo que estoy sintiendo en cierto momento y tratar de entender el ¿porqué siento eso?
Y esto fue lo que me sucedió hace unos cuantos días, cuando en la conversación frente a un delicioso café dominical, mi interlocutor mencionó el éxito financiero de unos jóvenes parientes.
Más allá de mis expresiones de asentimiento reconociendo la habilidad de los muchachos, en alguna parte de mi interior sentí algo como una punzada que rápido y fácil reconocí: era la envidia.
Pero ¿porqué la siento? pensé, y a su vez eso me llevó a preguntarme “el color” de mi envidia, pues si como dice el dicho popular existe la envidia verde, esa que en forma patológica desea que el envidiado pierda el bien ganado o el mérito obtenido y que destruye al que la siente y la acumula.
No, yo no deseaba eso, mi envidia era como dicen: “de la buena”, era solo un “a mi me habría gustado”, no sé de qué color será, pero al entenderla, desapareció de mi interior la punzada.