Son las 8 de la mañana de este frío martes 22 de noviembre, mientras aspiro el delicioso aroma del ardiente café y con cautela lo sorbo de la rechoncha y humeante taza de cerámica morelense, me dispongo a teclear estas líneas que con suerte, dentro de 24 horas estarán bajo tu amable lectura, para que su contenido devenga en un mensaje, una reflexión o tal vez sólo en una simple opinión, compartida desde éste, un imaginario rincón mental, que desde hace 25 años da nombre a esta columna editorial.
La calle, otros días transitada a esta hora por vehículos y peatones, se ve y se escucha hoy vacía y la razón de esta quietud es obvia:
¡Hoy juega México contra Polonia!, pero…me digo, ¿qué es lo que acabo de escribir? No, me corrijo: hoy compiten dos selecciones nacionales en un torneo “mundial” de futbol.
No son dos países los que se enfrentan, aunque ésta confusión del concepto de deporte, tal vez tenga su razón de ser pues al parecer en muchas culturas, los antiguos duelos deportivos eran una forma como los gobernantes negociaban y acordaban sus diferencias, para no caer en el mutuamente costoso y desgastante estado de guerra, sobre todo cuando por igualdad de fuerzas, la victoria no estaba asegurada.
Si a esto le añadimos la naturaleza bélica del ser humano, pues ya tenemos una explicación de cómo el deporte puede ser un buen sucedáneo para liberar las tensiones sociales que padece una determinada sociedad, sobre todo tratándose de aquellas cuyas seculares circunstancias sociales han sido graves o delicadas, como es el caso del sufrido México y la doliente Polonia, par de adjetivos que no uso aquí de manera gratuita, si consideramos de manera objetiva sus vecindades y sus respectivas historias.
En este y otros casos, en la cancha, la gradería y las pantallas, se juega inconscientemente más de lo que parece.
Más allá de estas consideraciones y de las muchas críticas, ciertas o no sobre el país anfitrión, el deporte suele mostrar una maravillosa faceta del ser humano, que es su espíritu de lucha y su admirable impulso de no rendirse aun vencido.