Política

El mediador

La mediación de conflictos es un método basado en intereses cuyo objetivo consiste en reconciliar a los intervinientes, para lo cual se deben utilizar los recursos disponibles de manera neutral y constructiva.

La función de mediar recae en un intermediario llamado mediador, con conocimientos para ayudar a las partes a encontrar soluciones sirviendo de conducto entre éstas; quien tiene además el papel de educar sobre las virtudes de la solución concertada y de replantear nuevas vías de convivencia.

El arte en la solución de controversias requiere de esa persona, con principios éticos a toda prueba, profesionalismo y conocimiento, que imponga respeto a su formación, certificación y habilidades para facilitar el diálogo y la búsqueda de acuerdos.

El mediador es figura central en el proceso de mediación y deberá ceñirse a los principios de voluntariedad, confidencialidad, flexibilidad, simplicidad, imparcialidad, equidad y honestidad.

Es el profesional que propiciará el ambiente adecuado en el que se lleven a cabo los pactos mutuamente aceptables. Su esfuerzo tiene como compromiso facilitar la comunicación entre contrarios y erigirse en factor de armonía entre ambas posturas, el personaje que los contendientes reconozcan como elemento que facilite la resolución de controversias, de forma equitativa,

El responsable de la mediación tendrá que estar habilitado para mejorar las formas de conversación entre las partes y alcanzar el acuerdo que satisfaga los intereses de ambos flancos. Es el defensor de un procedimiento igualitario, distinguiéndose del juez o árbitro porque carece de poder de decisión. Más que indicar las salidas, ayuda a que las personas en conflicto se encaminen por sí mismos a un acuerdo satisfactorio.

El mediador entonces debe dejar a un lado sus opiniones sobre cómo debería resolverse el conflicto, tampoco favorecer la posición en la que se beneficie si el conflicto continúa, a través de alguna compensación.

El mediador es el facilitador que entiende los distintos puntos de vista, calma los exabruptos, rebaja los pedidos exagerados, aísla los problemas, recibe confidencias, explica posiciones y hace que cada una sea escuchada, pero no sugiere fórmulas de solución. Conserva el control sobre el final del conflicto, evitando el sometimiento a un largo e incierto proceso judicial.

Es quien pone el método y verifica el cumplimiento de los acuerdos. No actúa como juez o árbitro, por lo que no podrá imponer la decisión, sólo ayudará a identificar los puntos de controversia y a explorar posibles vías de solución. Las partes conflictuadas dictarán su propia sentencia.

Tan antigua es la mediación como la figura misma de los mediadores. En la historia de Japón los mediadores estaban representados por líderes de la comunidad; como la asamblea del vecindario en África; como el padre  reverendo o pastor en Estados Unidos.

Hoy existen diversos tipos de mediadores, en razón de los problemas que atienden: los de tipo familiar, civil, penal, escolar, policial y comunitario, sólo mencionando algunos de ellos. En todos estos ámbitos no tiene más que la fuerza de la recomendación, y aunque carece de autoridad sobre la decisión, actúa como catalizador entre las partes.

Los atributos de un buen mediador ya se han dicho: la paciencia de Job, la astucia de Maquiavelo y la sabiduría del rey Salomón, a los que podríamos agregar la estrategia de Napoleón, la tenacidad de los japoneses y el talento de los irlandeses, ¿y por qué no, el pacifismo de Gandhi, de la madre Teresa, de Luther King o de Nelson Mandela? 

Lourdes Vera Ruiz

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