En 2018, tras la conmemoración del 50 aniversario de la Asamblea General del Movimiento Estudiantil del 68 organizada por el Senado de la República, se emitió un boletín donde se reconoce que dicho movimiento “sentó las bases para alcanzar las libertades que se gozan actualmente en el país, además despertó la conciencia de la importancia que debe existir en la negociación pacífica entre las autoridades de gobierno y la población, para evitar hechos de violencia”.
De hecho, la década de los 60 estuvo plagada de movimientos estudiantiles que dejaron una importante huella política en sus países, jugaron un papel de influencia para la transición de las dictaduras militares que permanecían en América Latina.
Se ha registrado que la participación en un movimiento estudiantil tiene un impacto en múltiples dimensiones, sobre todo en la participación política y el ejercicio de la ciudadanía.
Pese a que Hidalgo no se caracteriza por una tradición de lucha estudiantil activa, sino más bien en efervescencias coyunturales, el actual movimiento ha demostrado desarrollar de manera muy rápida habilidades para la incidencia política. Sin duda, uno de los logros a reconocerles es la promoción de la conciencia de lucha y la defensa de los derechos humanos.
La organización colectiva permite reconocer los problemas que afectan a una sociedad y la movilización por una causa también es una forma de acceso al conocimiento crítico, el sentido de justicia y el entendimiento de las desigualdades. Por ello, no es raro que la protesta estudiantil sea parte de la vida cotidiana en las universidades; aunque hay personajes que no logren comprenderlo, la protesta es necesaria para retroalimentar las experiencias de las instituciones educativas que forman profesionistas con pensamiento analítico. Lo que hemos vivido en Hidalgo las últimas semanas es una muestra de que la conciencia de lucha es un avance real de una generación estudiantil y que, empuja de manera visible a la actualización de la máxima casa de estudios.