Qué bueno que me quedan las letras, porque la voz, después de haber respirado dos veces el polvo de los extintores el pasado sábado en Plaza Juárez, ha quedado dañada por días. Hasta antes de esa tarde yo asociaba a los extintores como una herramienta que protege vidas, no que las vulnera. Hoy, esa imagen se ha transformado.
El uso de extintores de polco seco ni siquiera está recomendada en personas que estén en llamas. Una sustancia diseñada para apagar fuego ha sido utilizada contra voces colectivas que protestan con la exigencia de justicia.
Es importante aclarar que lo utilizado no fue gas lacrimógeno, como han señalado erróneamente algunos medios, sino polvo químico seco proveniente de extintores. Esta distinción no es menor. Su uso contra cuerpos humanos representa una práctica lesiva y desproporcionada que, desde un enfoque de derechos humanos, vulnera el derecho a la integridad física, a la protesta pacífica y a un entorno seguro, además de evidenciar el uso arbitrario de la fuerza en contextos donde las voces deberían ser escuchadas, no sofocadas.
Como dato curioso sabemos que en la Ciudad de México la Secretaría de Seguridad Ciudadana ha reportado año con año la recarga de cientos de extintores cada 8 de marzo desde hace varios años. En dicha entidad, el extintor se considera parte del equipo de protección en los protocolos de actuación policial en el contexto de las manifestaciones; aunque supuestamente podrá ser utilizado exclusivamente para la contención de incendios incipientes, la neutralización de objetos explosivos o el control de sustancias inflamables.
De manera poética, podríamos retomar estos aspectos. La voz de las mujeres organizadas y movilizadas es un combustible de transformación, es un fuego que no quema sino que alumbra, que no reduce a cenizas sino que construye posibilidades de libertad. Por eso no entiendo la razón de querer extinguirnos. No hay polvo químico que apague la memoria ni que silencie el deseo de justicia.
Y aún cuando se lastimen nuestras voces, queda la palabra escrita y la dignidad organizada.