En pleno siglo XXI, cada 8 de marzo es común que el espacio virtual, los medios de comunicación y el espacio público en general se inunden con la frase “¡Feliz día de la mujer!”, seguida de una serie de razones o calificativos como “por ser valientes, guerreras, intuitivas, apasionadas, emprendedoras, creativas”. Algunas felicitaciones más atrevidas incluso nos celebran como “dadoras de vida”, convirtiendo así éste en un segundo día de las madres.
Observo varios problemas en estas aproximaciones al atribuirnos ciertas características esenciales por nuestra condición de género (sexismo y esencialismo de género) o reducir la identidad femenina y de mujer a ciertos atributos biológicos (biologicismo ampliamente disputado en el mundo contemporáneo por las identidades trans). Sin embargo, respecto a esta conmemoración particular me parece preocupante que ha sido vaciada de su historia y se ha desvirtuado su sentido profundo.
Fue el 8 de marzo de 1975 cuando la Organización de Naciones Unidas declaró esta fecha como el Día Internacional de la Mujer. Este hecho representa una síntesis de un cúmulo de acontecimientos y procesos de lucha de las mujeres, en tanto trabajadoras, desde el siglo XIX y hasta la primera parte del siglo XX. Desde la Comuna de París, pasando por las huelgas de las obreras textiles de Nueva York de 1857 y 1908, la participación de las trabajadoras rusas en la revolución de 1917 y las declaraciones de pensadoras como Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo ante distintas instancias del partido socialdemócrata. En cada uno de esos momentos reclamaban la mejora de sus condiciones de trabajo y de vida, su participación al interior de las organizaciones obreras —no como seccionales femeninas sino como integrantes de pleno derecho— y el derecho al voto. En suma, disputaban por la igualdad sustantiva ante sus pares —varones trabajadores—, por el reconocimiento político y ciudadanización plena de cara a la sociedad, así como por su dignificación en tanto trabajadoras frente a quienes se apropiaban del producto de su trabajo.
En nuestro presente el reconocimiento a las mujeres, en un día específico o en la sociedad en general, debe partir de problematizar las implicaciones de la organización social y división sexual del trabajo. Por ejemplo, visibilizar el aporte de aquellas que aun cuando no están insertas en las esferas de actividad remunerada, todos los días realizan actividades y tareas al interior de los hogares que son claves para el sostenimiento de la vida: trabajo alimentario, trabajo de cuidados, trabajo doméstico y todo aquello que por mucho tiempo ha sido relegado al espacio privado y nombrado como no-trabajo (trabajo reproductivo).
Asimismo, sigue siendo necesario mostrar las brechas todavía existentes en cuanto a salarios, jornadas, ingreso a ocupaciones y reconocimiento profesional en las que todavía las mujeres se encuentran en situación de desventaja frente a los hombres en los distintos mercados laborales.
En suma, recuperar el carácter histórico del 8 de marzo es crucial porque en el centro de las múltiples violencias y desigualdades que denunciamos se encuentra nuestra posición y situación como trabajadoras. Considero que para el movimiento feminista y las organizaciones de mujeres en la actualidad, reivindicar este como el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras —en plural— es estratégico para reconocer, en la diversidad de luchas, lo que hay de común entre nosotras, pero también con los trabajadores del mundo y avanzar en la consecución de la justicia social.
Leslie Lemus