¿Es el final un principio? Las cenizas, el hombre hecho polvo, regresa a los muros rojos de tezontle y chiluca. El alumno más universal de la Escuela Nacional Preparatoria, vuelve a casa.
El bachiller del colegio de San Ildefonso, en silencio polifónico, enciende las llamas de otros ojos y voces que vendrán a honrar su memoria. Dos esculturas en su honor, diseñadas por su amigo Vicente Rojo, la del nicho y una fuente que se encuentra en un patio, puedes gozar de ambos relieves desde el mismo lugar. La piedra y la palabra en un diálogo amoroso.
Octavio Paz nunca deseó estar en la rotonda de los hombres ilustres, y se ha cumplido su voluntad. Rodeado de libros, su urna la viste una elipsis, como en su poema Piedra del sol, inicio y fin, hasta el infinito. El tiempo, la historia, el amor retornan en pensamientos, reflexiones inevitables como en una caja de trinos revolotean libres, entre las paredes vivas del edificio novohispano. Un lugar de estudio y gozo, para continuar sorprendiendo al mundo de su vasta cultura.
Desde joven sintió una invencible atracción por las artes plásticas, sus primeros escritos sobre ellas dejan un testimonio inicial y más tarde la evolución de lo contemplativo hasta la profunda reflexión de las relaciones indisolubles entre poesía, música, pintura. Sus escritos no pretenden crear una teoría, más bien representan una respuesta a los estímulos que su brillante percepción recibía.
En sus correrías por Mixcoac mira, camina, huele su barrio; los balcones de su casa daban a la plazuela de San Juan, siente la piedra, observa los fresnos que aún existen, todo lo que absorbe: la urbanización, la corrupción, el hambre insaciable de las horas.
Sus aprendizajes eran un aprendizaje-desaprendizaje. Podía no gustarle un pintor, pero de él aprendió el arte del desprendimiento. En cada encuentro con la modernidad se daba cuenta que se iba a un comienzo…
“La modernidad era la antigüedad más antigua. Pero no una antigüedad cronológica, no estaba en el tiempo de antes, sino en el de ahora mismo, dentro de cada uno de nosotros”.
Leer la obra Paciana es entrar a las raíces profundas de un artista integral, un encuentro entre el hoy y el ayer, un diálogo necesario para nutrirse de lo que nos humaniza. Carpe diem. _