Gobernara quien gobernara en México (PRI, PAN), siempre hubo una prensa dócil, orgánica. Y gobierne quien gobierne ahora, y en lo sucesivo, esa prensa sumisa seguirá existiendo. Era entonces una prensa que por convicción y miedo actuaba como un tentáculo más del sistema, y es hoy una prensa que, por interés o precaución, se amolda a Morena.
El ambiente entre el actual gobierno federal y la prensa crítica (minoritaria durante la época del PRI) es ríspido. Tirante. La relación entre el Presidente de la República (con sus hombres y mujeres incluidos) y los columnistas críticos es áspera. Normal en cualquier democracia, salvo que empeore la situación y provoque violencia.
Esa rispidez no es un asunto excepcional: las relaciones entre periodistas críticos y el gobierno de Enrique Peña Nieto (por mencionar una administración previa) fueron muy duras. Desde los primeros meses varios altos funcionarios pretendieron acallar cualquier crítica que tuviera que ver con asuntos de seguridad. Estaban perdidos. Pretendían que omitiéramos hechos. Que los ocultáramos. Por eso la realidad los devoró.
Que alguien se sumergiera en alguna vertiente de la crisis de inseguridad los enervaba. Por ejemplo, que en abril de 2013 (apenas tres meses después de la asunción de Peña Nieto) la guerra en Michoacán entre un cártel (Los Caballeros Templarios) y autodefensas fuera cubierta a fondo los enfureció: nos consideraban “prensa hostil” a quienes reporteábamos esos temas, y más si teníamos columnas o espacios de influencia o decisión editorial en los medios. Los conteos nacionales sobre ejecuciones les molestaban. Hicieron los suyos, los inflaron para que aquellos de los medios ya no tuvieran sentido y desaparecieran, y por poco lo consiguen.
Vuelvo a hoy. Cuando el Presidente de un gobierno proviene de una larga lucha democrática, y ha sido testigo de las acechanzas del poder contra la prensa, uno esperaría que su comportamiento fuera distinto a las tentaciones autoritarias de sus predecesores. Andrés Manuel López Obrador tiene derecho a debatir cualquier cosa que se publique en los medios, pero debe cuidar la forma en la que lo hace. Si como jefe de Estado (así, con mayúsculas) no se comporta como estadista y sí actúa como navajero de esquina (tal como hacían los priistas y algunos panistas), no solo el nivel de debate cae por los suelos sino que el inmenso poder que tiene puede provocar que sus descalificaciones virulentas azucen ayatolas: hay seguidores del Presidente que son verdaderos fieles, obnubilados ultras que en un momento dado están dispuestos a cualquier cosa por su líder.
No hay que alimentar esos extremismos, soplar esas brasas desde el poder. Es fuego inaceptable en una república que es el más peligroso territorio para ejercer periodismo en el continente americano: los 149 homicidios perpetrados contra periodistas desde el año 2000 y los 21 periodistas desaparecidos desde 2005 “son la evidencia más terrible de ello”, como bien recordó la semana pasada la CNDH (https://www.cndh.org.mx/sites/default/files/documentos/2019-07/COMUNICADO_271-2019.pdf).
Debate duro, ríspido, sí, pero… desde el poder, siempre en un marco de tolerancia y contención porque, si la réplica genera violencia, todos estaremos en severos problemas.