Esta columna semanal generó, hace ocho días, diversos comentarios en los que, quienes me permitieron conocer su opinión sobre el tema, estuvieron de acuerdo en que el trabajo de promoción y difusión de la cultura en Torreón, pero que aplica en términos generales en todos lados, requiere que quienes coordinen y dirigen esa tarea sea en el sector público o privado, sean gente preparada, de trayectoria en esos cargos, de experiencia, capacitada, honesta, y despojada de egos y vanidades que solo estropean, perjudican y hasta obstaculizan la responsabilidad que asumieron.
Claro que para evitar que suceda lo que sucede –no en todos los casos- un primer requisito es que la autoridad superior a ellas y a ellos, sea capaz de ver muy bien a quién invita a colaborar en esa posición de gestor y organizador artístico cultural.
La cultura es, y la realidad lo marca, un área en la que, siendo potencialmente la mejor carta pública de una administración o de una empresa privada en la materia, la siguen considerando irrelevante, una especie de gatopardismo, de menor cuantía en aprovechamiento político e imagen, con bajo o mediano presupuesto, institución o dependencia llena de personal inapropiado o de relleno, sin ningún ánimo de servir y o funcionar; o, también, útil para desde ahí, convertir el quehacer cultural en un clientelismo adhoc para sus fines político partidistas.
Pese a lo anterior, hay que saludar y felicitar el esfuerzo que están haciendo creadores, niñas, niños, jóvenes y más grandes que, en Torreón, apuestan por nuevos proyectos, nuevas ideas y propuestas en el ámbito y que poco a poco suman adeptos, son aceptadas.
Ya hay un buen número de esas inquietudes, las que podemos observar y que aparecen en el centro de la ciudad (ese afán centralista es aferrado) y que, me han comentado, ante la falta de respuestas y apoyos de parte de dependencias oficiales, se obligan a fijarse retos y emprender sus aventuras.
Al menos, desde este ángulo, sus planes sí marcan diferencia con lo que ofrecen tanto el gobierno municipal como el estatal y firmas privadas. Esto es saludable, rompe con la cultura institucionalizada y de más de lo mismo.
Por eso, la sociedad torreonense creadora, intelectual, artística, deberá irrumpir en la escena y, sin el afán de competir, plantarse casi casi como contracultura, con otra narrativa, con otros parámetros.
El momento es interesante porque el año que entra habrá elecciones para renovar el congreso de Coahuila y, por conocimiento, entre vedas y mañas, el trabajo cultural podría servir para manipular y engañar y llevar agua al molino de los partidos contendientes.
No se diga el PRI.
E, inevitable, el cacareado Centro Cultural del Norte (CCN) –que se sigue atrasando en su remodelación o adecuación en el edificio de lo que fueron recordadas escuelas públicas ahí frente al Museo de Antropología del bosque Venustiano Carranza-, también se verá asediado por aspirantes a encargarse de su dirección.
Según rumores, Verónica Soto, directora del Teleférico Torreón y amiga de quienes debe ser amiga entre las autoridades políticas, levanta la mano, hace amarres, es mediática, grilla y se empeña en figurar. No es la única.
Sin embargo, si ese CCN quiere empezar bien, tendría que darle oportunidad a gente más apropiada, con portafolio de logros en materia cultural, de ideas y trabajo probado, con una carpeta de programas y contenidos pertinentes, creadora por sí y sin esa obsesión de favorecer y quedar bien con sus amigos y padrinos.
El quehacer artístico cultural en Torreón tiene que dar un brinco de calidad, de inclusión y pluralidad, involucrar a todos.
¿Cuánto más se podría hacer en verdad y cambiar el rumbo y futuro de la ciudad y la región si el trabajo cultural fuese diferente?
El CCN está llamado, obligado, a ser ese factor de cambio, eje de transformación social y de una necesarísima y profunda identidad torreonense y lagunera.
