Política

Todo es todo

  • Columna de Juan Noé Fernández Andrade
  • Todo es todo
  • Juan Noé Fernández Andrade

Con matices diferentes, en pláticas con consejeros estatales de diversos organismos en Coahuila, y académicos laguneros, aceptan (“acá entre nos”), que efectivamente desde la administración estatal, la concentración y centralización del poder político es durísima. 

En resumen, coincidimos, la institucionalidad es vertical, única.

Es, ya, opinan, una tipología.

El tema viene ante el anuncio -no sorprende- del Tribunal Electoral de Coahuila de no reconocer, y que por lo tanto revoca, la coalición político electoral de Morena, Unidad Democrática Coahuilense y el Partido del Trabajo, para las votaciones del domingo 6 de junio próximo. 

Los argumentos son líquidos, se hacen agua.

El asunto no es exclusivo de tales partidos, ni del mencionado tribunal. Alcanza a la ciudadanía, porque si bien las partes involucradas están claras y habrán de debatirlo y llevarlo hasta lo crean necesario, la decisión “toca” al electorado. 

Lo expuesto no es un hecho aislado. 

Ha sucedido por largos años, como ahora mismo en la Comisión Estatal de Derechos Humanos, el Instituto Coahuilense de Acceso a la Información. 

La todología a tambor batiente.

Las decisiones desde Saltillo, en prácticamente todos los órdenes de la vida estatal, tienen ese timbre: imposición, aunque pasen por el honorable Congreso del Estado. 

Para la alta burocracia instaurada en la capital del estado, la provincia coahuilteca debe obedecer, acatar, aceptar, aguantar y guardar silencio. Los fundamentos son centralistas, desde y para el poder. 

Lo que ocurre en la entidad, es réplica, incesante, implacable, que prevalece en el país. 

No es algo nuevo. 

En México predomina esta forma desde tiempos remotos, derivado en la instauración del adueñamiento de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y de instancias y dependencias, voluntades y egos, y lo relacionado a la cosa pública.

Así las cosas. 

La tradición centralista está más vigente que nunca. 

Que nadie se mueva ni diga nada, que la única razón es de arriba abajo, e incuestionable. 

Si alguien disiente, es menospreciado, relegado, “opositor”, “disidente”, “renegado”. 

Las ataduras al poder están blindadas. 

Solo en las urnas se pueden romper.


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