Salía de casa a caminar las calles empedradas de la colonia buscando a Chanelo, Horacio, Nacho, Luis, Chucho, Lito, Carlitos, Elías, el “Cuilmas”, el “Pelón”, el “Piojo”, el “Muégano”, el “Gaviota” o el “Padre”.
En la palomilla estaban hermanos como el “Gordo” y Javier Arellano; o Ramiro, Rufino y Baraquiel; los Negrete: Bin, Ismael o Adrián.
Poncho y Fer, hermanos míos. Raúl era muy chiquillo. Beto cursaba la secundaria, después se iría a Veracruz.
Fueron tiempos de jugar donde se nos pegara la gana, platicar de todo y de nada, construir la “Casita” o “Club” con piedras, palos, cartón, periódico o hule y pasar ahí horas interminables, o porque los aguaceros echaban abajo nuestra guarida. Íbamos al campito o cruzábamos el pantano y también el río colgados de largos bejucos.
Algunos nos caíamos y era lo peor que podía suceder, empezábamos a lamentar los regaños –si bien nos iba- o llorábamos anticipando los chanclazos o cinturonazos casi siempre de las mamás. Inolvidable y desenfadada infancia cordobesa.
En estos tiempos pandémicos, preocupantes por el Covid-19, el jueves (Día del Niño(a)), rememoré, con amorosa nostalgia, esa etapa que transcurrió –hoy lo sé- plena y feliz.
Claro, participaron muchas niñas, hermanas de todos nosotros. Formábamos una singular familia, un fenomenal jolgorio y creo que el día y la noche se cansaban antes y se retiraban.
Según la hora o y si llovía o no, decidíamos cómo entretenernos. Cuando los juegos olímpicos del 68 igual hicimos los nuestros.
En las desaparecidas “Lomitas”, entonces una extendida montaña de caprichosos verdes, correteábamos, perseguíamos mariposas, veíamos las vacas y toretes que ahí pastaban, nos metíamos en sacos y rodábamos hasta la orilla del río.
No faltó quien se mareara, resultara golpeado o vomitara.
Calmábamos el hambre cortando y comiendo plátanos, pomarrosas, guapinoles, naranjas o limones, lo que sirviera con tal de perseverar en esos campos y contemplar el vuelo de tordos, palomas, calandrias, colibríes; o escucharlos como a las ranas y zapos.
En casa me esperaban libros, periódicos, revistas, música clásica e infantil. Recordé, pues, aquí lo de allá.