En medio del inocultable caos en que (sobre)vivimos, de tanta y más violencia, de innumerables asesinatos de mujeres y hombres, de una sociedad extraviada en lo vacuo, de una obsesión por lo inmediato, de un discurso oficial demagogo, de una necedad que raya en lo bárbaro, de un sinfín de abusos de drogas, alcohol y tabaco, de legiones de migrantes, emigrantes e inmigrantes, de un real desempleo y un maquillado empleo y sueldos insuficientes para la mayoría, de un sistema económico y financiero insaciable, de leyes fantasma, de injusticias las 24 horas de cada día, de sujetos inocentes hechos culpables y sujetos culpables hechos inocentes, de una acentuada sociedad de clases, de políticas públicas erráticas en los tres órdenes de gobierno, de ciudades enmascaradas, de capitales estatales y la federal que son ejemplo de la concentración y centralización del poder, de olvidos y traiciones, de promesas incumplidas, de una cotidianidad frágil y acuosa, de una educación clasista, del adueñamiento y sometimiento de voluntades en partidos políticos, sindicatos, instituciones educativas, de grupos minoritarios discriminados, de una prensa negociadora y racista, de intelectuales institucionales, de cotos de poder, ahí, ahora, se fabrica una guerra que nos puede arrastrar a lo impensable.
Todo es nada.
Como el número de jóvenes suicidas en la Laguna de Coahuila y Durango, como la ausencia de acciones eficaces que reduzcan el número de accidentes automovilísticos en la zona conurbada, como la falta de cultura peatonal y de manejo vehicular, como lo sucio de nuestras calles y las banquetas destrozadas fuera del foco de atención, como el creciente número de personas en situación de calle, como la normalización de ver a niñas, niños y mujeres de grupos étnicos haciendo malabares por la vida, o pequeños que son rechazados al buscar limpiar parabrisas.
Y, aún peor, ser parte de la enajenación en el uso del teléfono celular.
Y no es que las palabras solo sirvan para estas referencias y paisajes urbanos, sino que son la dureza, el latigazo de a de veras, el desnudar mitos y falsedades.
Por eso, mejor celebro ver a chamacos y jóvenes ir a su escuela, a universitarios otra vez en actividad académica, a ellas y ellos subir a los camiones de pasajeros, o la apertura paulatina de centros culturales, el anuncio de eventos artísticos, la gente alrededor de los vendedores de vasos de elote o de nieve o paletas o de los tacos de tripas o de gorditas y burritos.
El tiempo pasa. La guerra allá y acá pasará.