La geopolítica del mundo se reúne, compite y es premiada en los Juegos Olímpicos que a través de la historia se han convertido en el reflejo de las economías, poderío y grado cultural de las naciones.
La variedad de disciplinas deportivas coronadas con oro son un reflejo de los alcances de cada nación que se dan gusto al mostrarse como son.
No es casualidad que el “medallero” sea dominado por quienes son líderes en diferentes rubros de la vida mundial.
La ausencia de Rusia (obligada por ella misma) no nos va a permitir entender el verdadero poder de las otras naciones que se ocupan por el deporte, sí, pero también por demostrar sus alcances y su músculo.
El deporte ayuda a manifestar la grandeza de cada país.
Es la verdadera disputa.
Deportes y poder (en todos los sentidos) se juntan para divertir al mundo pero también para ostentar hasta dónde se les debe respetar y de qué son capaces.
China hoy se afana en superar a Estados Unidos en el número de medallas a ganar pero más en las de oro que pueda conquistar.
Antes era Rusia la que se ocupaba de esos afanes; hoy la sana competencia por el otro poder cambió de rumbo.
Juegos y poder, aros y oro, méritos y plata, consolación y bronce, representaciones y presencia.
Los deportistas se visten de atletas pero llevan en el alma un pedazo de su país con la obligación de ser mejores a como es su respectiva nación.
Son los juegos del poderío, es el desfile romántico del colorido mundial donde competir es la excusa porque en el fondo la razón de existir es demostrar quién es más fuerte en el entramado mundial.
El poder es más atractivo que el oro de París.
