Comenzamos todos juntos al mismo tiempo un nuevo torneo con idénticas ilusiones pero no con las mismas posibilidades.
La competencia mexicana, a su estilo, siempre ofrece novedades, sorpresas y también desencantos por eso es atractiva.
Los clubes ricos se dan gusto en gastar más y cada vez más y casi lo presumen para al final arrepentirse porque no lograron el campeonato.
Saben que este juego es casi de azar por lo tanto se convierte en incontrolable y ahí surge la disparidad.
Las emociones de unos no son iguales a las de otros, y eso genera un distinto arco iris que alegra a las diferentes regiones del país. Cada quien saborea a su modo y estilo lo que su respectivo equipo le regala.
Las aficiones se hacen presentes y se equiparan con otras, a sabiendas de que hay o no hay con qué competir a la par.
Pero la diversión y el entusiasmo nadie lo arrebata mientras exista esperanza, ilusión y fe inquebrantable en el equipo preferido.
Iniciar algo siempre es agradable, virtuoso y atractivo mientras no se aparecen las incomodidades.
Cualquier deporte ofrece oportunidades de éxito pero también presenta opciones para ser derrotado. He ahí lo interesante de competir.
Se conocen de antemano las exigencias y cada club revisa si puede o no con tales requisitos.
Aquí no se pretende abrir pronósticos o acertar en presagios.
Se intenta caminar por una reflexión que nos permita apreciar los beneficios de la competencia, advertir los riesgos, medir las capacidades, disfrutar el recorrido, estar a la espera de que algo nuevo nos sorprenda y provocar gozo aunque en ocasiones sea a costa de otros.
La competencia deportiva es alegría, reto, oportunidad para estar contento solo o en compañía.
El futbol se ofrece como industria generadora de satisfacciones y también de incomodidades.
Cada quien las vive, sufre o goza a su estilo, según le parezca.