Pasaron muchos años, bastantes, para que el movimiento antipsiquiátrico propusiera abolir los manicomios considerados como “instituciones de la violencia”. El proyecto concluía en un punto esencial: no más sufrimiento de los confinados. Ellos hacían una analogía que aún hay que tomar en cuenta: cárcel y manicomio son lugares de segregación que funcionan para el control de transgresiones y desajustes emocionales que no encajan “simplemente” con la “normalidad”. En efecto: los límites son endebles y se pueden traspasar en cualquier momento. Todavía no hay un trabajador de la salud que diga “esto es normal”, “esto es anormal”.
Los setenta marcaron la pauta, la extensión de la utopía, la creencia en que lo humano, en efecto, iría en busca de lo humano, como lo dejó claro Witold Gombrowicz. No se pudo, no se logró.
En Italia, lo explicaba Franco y Franca Basaglia, cuando un “enfermo mental” abandonaba una cama por las razones que fueran, ésta no se volvía a ocupar. Los Basaglia trabajaron muy bien el aspecto institucional, enviaron iniciativas a sus representantes legales, etcétera. Se logró poco.
Luego Oliver Sacks y los estudios sobre la bioética, reforzaron la concepción, incluyendo imágenes, de que los manicomios acrecientan las enfermedades. Así lo marca la experiencia, como el sistema carcelario (Vigilar y castigar, Foucault) acrecienta la delincuencia.
Lo que remarco ahora (énfasis total) es que ni aún tomando en cuenta la trayectoria de los médicos psiquiatras y las propuestas elaboradas entonces, se llegó a lograr que mínimo se limitaran los ingresos innecesarios a las instituciones manicomiales.
El argumento es que hay personas abandonadas por la propia familia y que llegan a morirse ahí a veces sin tener una identidad clara de las personas.
Los hospitales privados (como grandes negocios) exigen cuotas millonarias. Los públicos (que se pagan con los impuestos) no tienen una respuesta real.
No se puede plantear ahora, de la noche a la mañana, cuando precisamente se acrecientan los problemas de salud mental, que los manicomios deben desaparecer porque a los enfermos deben cuidarlos en casa sus familiares. El asunto es que los expedientes no les han mostrado que de ellos nadie quiere saber. Triste pero así es.
¿A dónde irán aquellos que ya no saben si “viven o mueren” y que permanecen en el confinamiento desde hace años y años? Sin duda es un problema serio: no se logró resolver justificándose ni en Europa en su momento.
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