He venido postergando la redacción de un breve discurso que tiene como razón única el tratar de reunir lo que ha significado para mí el "estar en el mundo". Los datos los he retenido a lo largo de todos los años que corren desde que tengo memoria. El psicoanálisis habla de una amnesia infantil: en teoría, el ser humano no recuerda nada de lo que experimentó antes de los cinco años.
Pero yo veo una cara detrás de unos barrotes y una ventana de cristal, siento una mano que me guía y unas perfectas nubes tendidas en el firmamento. No tengo remedio y lo subsano: son imprecisos referentes, así que me disciplino y anoto en mi libreta: "tengo cinco años y uso un ábaco: escucho el lejano golpeteo de las figuras redondas y coloridas". Un posible título: "Los iluminados días". No me convence, envidio el que usó el Premio Nobel Imre Kertész, "Diario de la galera" o el del autor de otra de mis infalibles referencias, Carlo Coccioli: "Pequeño Karma".
Entonces ya no tengo los cinco años que se quedaron quietos en el ábaco y leo en la revista Siempre! a los columnistas que me enseñaron, indirectamente, a diferenciar un género periodístico de otro. A los 18 años Margarita Michelena me mostró el manejo de una información rabiosa, de Alberto Domingo aprendí cómo desprenderse de lo que él denominaba "lo sentimental empalagoso", Manú Dornbierer me aconsejó dónde se habrían de colocar los dardos venenosos y en qué momento hacerlo, Paco Martínez de la Vega (creador del detective Peter Pérez) puso los letreros que me condujeron al manejo de lo anecdótico. El compositor de “La huella de mis besos”, Severo Mirón, colaboró dejando sobre la mesa el cuasi perfecto manejo de la ironía y la forma de hacer creíble toda posible ocurrencia. A Cristina Pacheco le debo el entusiasmo mostrado en sus entrevistas con gente de oficios disímiles, marginados.
Habré de tocar pues un punto intermedio: una retrospección que parte de una etapa que ha dejado atrás la pubertad y escucha a Leonardo Favio, luego vendrá una niñez en la que el aire está invadido por Los Beatles y de callejones empedrados.
Y mientras eso sucede aparecerá un punto de fuga, un inevitable salto hacia arriba que impide todo regreso: lo que queda por vivir. El trabajo de la memoria es siempre pleno y solitario.
Juan Gerardo Sampedro
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