Continúo experimentando la tonalidad de las madrugadas como un lastre. He llegado a pensar -al contrario de lo que piensa mucha gente- que es precisamente a esa hora cuando los días terminan. Lo curioso es que hace mucho tiempo que tengo sueños y no recuerdo lo que sueño. Lo he escrito ya: a medida que pasan los años el hombre no tiene la necesidad de dormir mucho. Nos toca ya administrar el tiempo, probablemente una durísima tarea que desdeñamos en este Mundo Salvaje donde, lo dice Cat Stevens; “No se puede subsistir con una sonrisa”.
Entonces reflexiono, abro un diálogo conmigo mismo.
Mi día comienza cuando logro conciliar el sueño, tiene una corta vida. Más exacto: le he dado una cortísima vida.
Hay infinidad de cosas que solo se toman en cuenta en la medida que los años y los días nos han rebasado. Debe ser parte de la condición humana, no me lo explico de otra manera. Yo no deseo regresar sobre mis pasos, para qué. Lo andado -pese a todo andado ya está. ¿De qué me arrepiento?, probablemente de no haber aprovechado ciertas oportunidades inconfesables de las que podría hoy estar arrepentido, lo digo consciente de la consigna de Barnard Shaw.
Yo percibo que las madrugadas, la terminación de mis días, duran lo que un parpadeo y que los comienzos de mis días también: veinticuatro horas gracias a Copérnico y a los Gregorianos. La eternidad existe sólo en el teorema de Gödel, en los grabados Escher y en las partituras de Bach, según el filósofo Douglas Richard Hofstadter.
La única posibilidad de medir mi tiempo está justamente en el diálogo que sostengo interiormente. No me queda de otra, no me libro. El término de mis días dura lo que una jaculatoria y el inicio de mis días es breve por igual.
No hay remedio, retomo la obligada cotidianidad: escucho los noticieros, escribo lo que puedo, paseo en las tardes si no llueve, a veces dibujo, leo. De repente me tomo un café acompañado de alguien o llamo a quien hace de sus horas lo mismo que yo. Igual hablo de proyectos, los que me sean permitidos: trabajo en una velada autobiografía y trato la psicología de misteriosos personajes. Es vital la pericia en el manejo del tiempo porque éste no se detiene en un Mundo Salvaje, nunca se detiene.
Juan Gerardo Sampedro
