La desconfianza es la característica distintiva del momento por el que atraviesa el país. Qué mejor indicio de la desconfianza que las instituciones en sí mismas. No se puede leer de otra forma el incremento de 50 puntos base en la tasa de interés del Banco de México, hasta llevarla a 6.25%, a reserva de posteriores incrementos.
Mientras el discurso gubernamental y la retórica vacía de los grupos empresariales apela al fortalecimiento del mercado interno como alternativa a la eventual adopción de medidas proteccionistas del gobierno de Estados Unidos, el Banco de México ratifica su vocación antiinflacionaria —nadie discute que ese es parte de su trabajo— e incrementa la tasa por encima de aumentos más conservadores anticipados por diversas consultoras económicas del país. Si se estimaba llevar la tasa a 6%, ¿por qué no de una vez a 6.25? ¿o en mayo o junio a 7%? Eso esterilizaría a la economía mexicana, la inmunizaría de un incremento inflacionario y evitaría el deterioro de un errático tipo de cambio.
Todo eso está muy bien, pero cancela las pocas fuentes posibles de crecimiento económico por lo que resta de 2017 al hacer el crédito inaccesible y encarecer adicionalmente el servicio de la deuda pública obligando a un ya esperado, y tal vez neciamente postergado, recorte adicional al gasto público.
Esa es la aritmética económica de esta etapa; datos duros que invalidan postverdades gubernamentales y de opinión pública que igual hablan de las oportunidades planteadas por el desgobierno de Donald Trump, la recepción cariñosa y productiva a la eventual avalancha de deportados (lo que es una mentira y una imposibilidad administrativa de los americanos), la tan emocional como irracional cruzada por mexicanos ilegales en Estados Unidos y la intensificación de los mecanismos de cooperación bilateral en materia de seguridad, cuando la máxima, si no es que la única prioridad, debería ser defender el único logro estructural duradero de los últimos 25 años que es su apertura económica, no solo el TLC sino las reformas de Peña, en cuya defensa indocumentados y cooperación anticrimen son meramente instrumentos y monedas de cambio. No puede ser de otra manera. Treinta y cinco millones de méxico-americanos en Estados Unidos solo dan cuenta de un fracaso monumental de construcción nacional e identidad. Las masacres de bandas criminales llevan 11 años de letalidad colectiva sin que disminuya el consumo de estupefacientes en el país destinatario. En el óptimo, si México tuviera éxito en su sangrienta cruzada, habría de inmediato proveedores sustitutos y nos evitaría ver en televisión a la H. Armada de México ametrallando desde helicópteros a la ciudad de Tepic, en un operativo que ni los estadunidenses se habrían permitido en una zona urbana.
Desconfianza fundada en un crecimiento económico que no se dará. Desconfianza en instituciones armadas que confunden inmunidades con impunidades. Desconfianza entre quienes sostienen que es el momento de la unidad y marchan desconfiados explícitamente del de enfrente. Desconfianza del gobierno en una población a la que nunca consideró ciudadana sino masa electoral.