¿Costaba mucho trabajo que un funcionario de tercer nivel de la cancillería mexicana emitiera un comunicado en el que se señalara que es una regla y costumbre de nuestra diplomacia no divulgar y mucho menos comentar sobre conversaciones privadas del presidente de México con algún jefe de Estado? ¡Ah, no! Es que había que contestarle a Dolia Estévez. El mayor abundamiento de los divulgadores sobre el contenido de la conversación seguido de la ya no respuesta del gobierno mexicano avala, si no los dichos, los temas que se abordaron, entre ellos, el Ejército mexicano y su incompetencia en el combate al narcotráfico. Es curioso: el gobierno del PRI, que sí sabe cómo hacer las cosas, contrastó grotescamente con el igualmente inútil de Felipe Calderón, antecesor de los priistas quien, por menos de eso, exigió y consiguió el retiro del embajador de Estados Unidos en México. Y no pasó nada. Y eso que la secretaria de Estado era, como diría Trump, una nasty woman.
No hay política exterior ni profesionales de ella. Con el canciller Meade no hubo agenda. Así de simple, ni bilateral ni multilateral. Quien le sucedió puso el acento en dreamers, que no quieren saber absolutamente nada de México, más que en materia de protección consular y gestión jurídica gratuita, al mismo tiempo que se generaba a escala nacional una verdadera histeria por la construcción de una barda en territorio de Estados Unidos. No era el problema del financiamiento del muro; era el muro en sí.
El caos se ahondó con la llegada de Luis Videgaray. La influencia de su amigo Kushner no se pudo trasladar de la cama de su esposa Ivanka a un mínimo de cortesía hacia México en la Casa Blanca. Influencia no es lo mismo que poder y autoridad. Convierten relaciones sociales en presuntas y fallidas relaciones políticas. Pusieron a dudar al Presidente sobre la pertinencia del encuentro con Trump; desde antes no había condiciones. Videgaray dice que la conversación telefónica con Trump fue constructiva. Abordar el tema, así sea a la ligera de la capacidad del Ejército mexicano, no es constructivo, en sí mismo, menos aun cuando el secretario de Defensa, sumido en un mundo de contradicciones desde hace mucho tiempo, sostiene que el Ejército mexicano no se preparó para tareas policiacas y de seguridad interior. ¿Para qué se preparó entonces? ¿Para rescatar poblaciones inundadas o para disuadir a los guatemaltecos de una estupidez que ni siquiera a los guatemaltecos se les ocurriría?
El canciller mexicano acude a Naciones Unidas. Si fuera algo sustantivo, podría denunciar, por ejemplo, el muro israelí en los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza o la judaización de Jerusalén o la cobardía de Netanyahu de no dar la cara por sus estupideces. ¿A qué fue Videgaray? Su lugar debería ser el cabildeo con los inversionistas extranjeros en México, con los proveedores estadunidenses de las exportadoras mexicanas, con los ministros de comercio y economía de los países integrantes de la Organización Mundial de Comercio.
El problema no es que estén pensando en 2018 y en el destino de ellos, sino que no están pensando en 2025 o 2030 y en el futuro de México.