Al margen de las inciertas consecuencias que haya tenido el debate en las tendencias electorales, si es que tuvo consecuencias a pesar de lo que diga a su favor cada uno de los candidatos, las campañas en los últimos días han adquirido rasgos más definidos o, por lo menos, habría condiciones propicias para esa definición.
En el caso de López Obrador es muy claro: el problema del país es la corrupción encarnada en la mafia del poder que, según él, gobierna a México desde la época de Salinas y que el ex presidente encabeza. A partir de esa corrupción se desprenden todos los otros males como un neoliberalismo que es incapaz de definir, pero por eso mismo como consigna es muy atractivo; la impunidad que la corrupción genera y que se traduce en pobreza y criminalidad y en esa secuela se provoca la reacción represiva del Estado que AMLO condena. La fórmula por simplista es eficaz y como se cuenta con tres o cuatro ejemplos contundentes y aberrantes de conductas públicas inaceptables, la generalización es satisfactoria y tranquilizadora para todas las buenas conciencias que lo siguen.
Ricardo Anaya tuvo que cambiar sus ejes discursivos tras las acusaciones de lavado de dinero, acusaciones fallidas hasta ahora que el candidato del Frente por México ha sabido capitalizar al victimizarse y colocarse en un cómodo segundo lugar, pero ya no hay propuesta más que la quimera política y legal de un gobierno de coalición. Su campaña coloca por delante sus atributos de una personalidad que no sabe de principios, pero sí de fines.
La campaña de José Antonio Meade transcurrió durante meses bajo una conducción que uno pensaría ha padecido de déficit de atención. Propuestas dispersas, ataques a Anaya que en dado caso corresponderían al gobierno y no al candidato, tuits recordando el Holocausto, alusiones burlonas sin sentido al puntero de la contienda, aunque recientemente el enfoque ha sido más serio y puntual. Esa es la senda de la recuperación, si es que la hay.
Punto central del discurso lopezobradorista es el de la amnistía a la delincuencia organizada. Apenas esta semana, ante la barbarie de los estudiantes asesinados en Jalisco, es la hora de preguntarse, y de que Meade lo haga, si frente a esas conductas de los “reclutados” que AMLO pretende redimir, cabe algún tipo de olvido, perdón o amnistía. Ese es el tema.
AMLO lo planteó de inicio y abrió la puerta al financiamiento criminal de su campaña. Luego lo usó para denostar la brutal confrontación de los tres últimos gobiernos contra la delincuencia y para ningunear y ofender el rol y la institucionalidad de las Fuerzas Armadas. Por eso su propuesta de guardia nacional que mezcla todo e iguala por lo bajo una de por sí desprestigiada fuerza pública. Lo que Meade tiene que construir es la narrativa y la demostración de que el eje de la propuesta lopezobradorista es la impunidad de la violencia y del delito, así como la complicidad con ellos de López Obrador, Durazos y toda esa basura que intelectual y moralmente lo rodea. Ese es un gran tema en el que va de por medio la viabilidad y la vitalidad de la sociedad mexicana. Meade tiene la palabra.