Política

¿Quién le pone el cascabel a la encuesta?

Los partidos, como los periódicos, son las dos instancias de intermediación que más están sufriendo en el siglo XXI.

Los viejos partidos nacionales, socialdemócratas, comunistas, conservadores y democristianos han ido haciendo aguas, y en su lugar han ido surgiendo nuevas formaciones, siempre bajo fuertes liderazgos, que intentan sobrevivir al descrédito, a la desafección y la mala imagen general que tiene la política, motivada también, no nos engañemos, por el interés de quienes quieren sembrar la idea de que todos los partidos y todos los políticos son iguales.

Uno de los grandes retos de los partidos es volver a lograr la confianza ciudadana, no solamente como opciones electorales, sino también como organizaciones socialmente respetadas. Un mecanismo para volver a ganar legitimidad son las primarias, que devuelven a las bases la posibilidad de decidir quiénes son los candidatos. En el caso mexicano, López Obrador ha extendido el método, queriendo terminar con esa institución aconstitucional que era el “dedazo”. Pero todos los procesos de elección de cargos producen daños colaterales.

Es materialmente imposible que, de una contienda interna, un partido político salga indemne. Es conocida la cínica frase de Giulio Andreotti, el político democristiano italiano, cuando afirmó que había amigos del alma, grandes amigos, amigos, conocidos, enemigos, enemigos irreconciliables y compañeros de partido.

Morena se ha caracterizado por encontrar un método particular, la encuesta, que tiene al menos dos grandes ventajas. La primera, que le evita al partido la confrontación directa. Las primarias de partido suelen terminar como la boda roja de Juego de Tronos, con militantes confrontando a militantes a niveles que no se usan siquiera con la oposición. Las rupturas suelen estar servidas.

La encuesta, al entregarle la responsabilidad a gente de afuera ahorra una parte de los golpes que se asestarían en la interna si las primarias fueran entre militantes. Tiene otra ventaja: los líderes elegidos por la gente se parecen más a la gente, mientras que los líderes elegidos por los militantes se parecen más a los militantes, ahondándose en la distancia entre partidos y ciudadanos.

La encuesta, y es una desventaja, rebaja la importancia de la militancia al quitarle una de sus principales recompensas: tener el privilegio de elegir a los liderazgos. Al tiempo, la encuesta le entrega a los votantes de otras opciones opinión en la vida interna de otros partidos, abriendo una incertidumbre cuyo desenlace puede ser bueno cara a unas elecciones pero debilita la cohesión del partido. Y al final, si se trata de encontrar la persona con más apoyo popular ¿por qué no entregarlo al big data, a un algoritmo o a una encuesta electrónica donde voten millones de personas? Como siempre, la lucha entre la legitimidad y la eficacia es una constante de la democracia.

El proceso en Morena que ha desembocado en la clara nominación de Claudia Scheimbaum ha funcionado razonablemente bien, lo cual no quiere decir que no haya tenido errores (como ha criticado con rudeza Marcelo Ebrard, más moderadamente, López Hernández y Monreal y ha reconocido la propia Morena). No pensemos que en otros países no hay problemas. Recordemos los problemas electorales en los EEUU o los que ahora mismo tiene España. Es imposible una elección sin algún problema, pero también sería absurdo no tomar nota de los errores.

El proceso de encuesta tiene otros problemas: es caro, no se discuten ideas, juega con ventaja quien maneja más recursos y no es fácil auditar. Sin embargo, y como le ocurre a la democracia, es, al menos para México, de los menos malos (tan es así que la oposición lo ha copiado). La esperada, posible y cada vez más probable espantá de Ebrard no va a terminar de opacar un proceso de meses que ha movilizado a millones de personas en cientos de actos por todo el país de manera pacífica (¿Hay que recordar al México de hace una década?)

Por parte de la oposición, han perdido la oportunidad de evitar el “dedazo” de los poderes clásicos de la derecha, hurtándose a la ciudadanía la elección y dejando que todos los candidatos, salvo Xóchitl Gálvez, fueran quedándose en la cuneta. Mal comienzo. Además de que el priísmo está escogiendo despedirse de una manera más patética que trágica, eligiendo a una persona que no es del PRI para representarles. Da la sensación de que los dinosaurios han decidido votar por el meteorito.

La performance de Ebrard parecía querer subir el precio de su permanencia, aunque, haga lo que haga, las formas no le van a brindar la legitimidad que busca. Su berrinche, aunque sostenido en los errores de la encuesta, le aísla, aun más después de haberle concedido Morena casi todas sus peticiones. ¿Cuánta gente que se siente de Morena le acompañarían a otro sitio? La queja de Ebrard significa, en cualquier caso, un parteaguas entre la vieja política que no termina de marcharse y la nueva que no termina de llegar.

Han terminado las encuestas. Hagan juego.


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Juan Carlos Monedero
  • Juan Carlos Monedero
  • Profesor de ciencia política en la UCM. Fundador de Podemos.
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