El canadiense Keith Hunter Jesperson, El asesino de la carita feliz, acabó con la vida de ocho mujeres entre 1990 y 1995 en diferentes puntos de Estados Unidos.
El frenesí que provocó su detención, el 30 de marzo de 1995, invadió a la prensa de la época, que deseaba conocer más de cerca al homicida y su modo de operar. Medios, público y autoridades hicieron caso omiso, como siempre, de las “víctimas secundarias”.
Melissa Moore, por ejemplo, hija Keith Hunter Jesperson, decidió cambiar de apellido. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el lazo que une a una persona con un individuo al que la sociedad considera un monstruo, alcanza a vulnerar con el estigma público a la gente que alguna vez fue cercana al predador.
Pero hay otro tipo de víctimas, las que no son familiares del asesino sino del asesinado. En septiembre de 2022, la plataforma de streaming Netflix estrenó la serie Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer. La secuencia sacudió los nervios de la audiencia, aunque también tocó fibras muy sensibles en las familias de las víctimas, cuyo sentir puede resumir en la frase: “Es revivir el trauma una y otra vez”.
La investigadora Brenda Vivian Rico Ríos, de la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México, en su trabajo titulado “México. El largo camino a la justicia: familiares de víctimas de feminicidio ante la maquinaria legal”, publicado en Iberoforum. Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana, vol. 1, señala: “Los familiares de víctimas de feminicidio o de desaparición forzada se ven en la necesidad de crear redes de apoyo para generar presión en el ámbito legal, político y social. En dichas redes, familiares y activistas comparten saberes legales con la intención de avanzar en sus procesos. Además, brindan apoyo en eventos públicos tales como movilizaciones y manifestaciones”.
De acuerdo con la académica Ana María Corredor, de la Universidad Nacional de Colombia, “se calcula que cada homicidio victimiza a tres o cuatro personas diferentes a la que es asesinada debido a los efectos psicológicos, sociales y legales que produce”. Las víctimas secundarias, abunda, “constituyen una inmensa población que permanece desatendida pese al daño que sufren, que genera secuelas para toda la vida, como duelos de gran intensidad y traumas”.