El 25 de julio de 2011, la policía acudió al suburbio residencial Chaddesden, en Derbyshire, Inglaterra, después de que familiares de John Matthews, de 66 años, reportaron que llevaba varios días sin responder sus llamadas.
En el interior del departamento, los uniformados encontraron muerto a su ocupante. El hombre había sufrido al menos 18 puñaladas en cara, cuello y cabeza. Matthews flotaba en la tina de su baño, la cual rebosaba de jabón.
Un elemento desconcertante para la policía fue el hallazgo de una rosa colocada en la almohada de la víctima.
Cinco días después del asesinato de John Matthews, Paul Hancock, de 58 años, fue encontrado muerto en la tina de su baño; flotaba en agua color marrón a causa de que el hombre fue apuñalado al menos en 22 ocasiones en la cabeza, pecho y cuerpo. En la almohada de la víctima reposaba una rosa.
Los investigadores, asimismo, hallaron un mensaje escrito presuntamente por el criminal que decía: “Al jefe de homicidios, quiero confesar un asesinato. Apuñalé a un hombre hasta matarlo. El hombre yace en una bañera con agua. Esto no es una broma. Si no lo encuentra en una semana, le daré su dirección. La rosa (de color) rosa fue un bonito detalle. Tuyo, el Ángel de la Misericordia”.
Andrew Dawson, de 48 años, fue detenido a causa de las cámaras de vigilancia callejeras y por los testimonios de algunos vecinos. El individuo gozaba de libertad condicional, pese a que había sido condenado a cadena perpetua en 1981 por el asesinato de Henry Walsh, de 91 años.
Andrew Dawson, quien nunca mostró remordimiento por sus acciones ni confesó por qué había asesinado a dos hombres queridos en sus respectivos vecindarios, era un bebedor fuerte, que se drogaba desde los 13 años con pegamento para zapatos.
Dawson fue condenado nuevamente a cadena perpetua, esta vez sin posibilidad de quedar libre.
Malcolm Dawson, hermano de Andrew, no mostró sorpresa por la conducta de su familiar. “Andrew siempre fue un psicópata malvado y era solo cuestión de tiempo antes de que volviera a matar”, señaló.
Y abundó: “Si el Gobierno quiere designarme como verdugo oficial, yo —y otros miembros de mi familia, pensándolo bien— le pondríamos con gusto la soga al cuello… No perdería el sueño por eso”.