Sociedad

Los ciudadanos frente a la administración pública

Continuaré en esta colaboración con algunas reflexiones que hice en la conferencia que impartí sobre “Los derechos del gobernado frente a la Administración Pública” en el Ilustre Colegio de Abogados de Jalisco, A.C. En esta ocasión haré un breve extracto de dicha conferencia desde la perspectiva del gobernado, administrado, particular, contribuyente, pagano, sufrido personaje, etc. pero que al final resulta ser una simple persona o ciudadano (a) que tiene que lidiar con una administración pública omnipotente, omnipresente y omnisapiente, misma que hemos construido a lo largo de doscientos años en el mundo occidental. Y que en dos palabras resumiríamos como “organización burocrática”.

Les platico en ocasiones a mis alumnos de la maestría en derecho que, si realmente estuviéramos en un mundo perfecto e ideal, donde el gobierno respetara a cabalidad los derechos humanos y sus garantías, no sería necesaria la existencia del juicio de amparo, ni muchos otros instrumentos de protección del gobernado, porque no habría violaciones a estos. Entonces el cielo en la tierra a lo mejor pudiera conseguirse en un 50% si el gobierno fuera respetuoso de todas las normas que definen sus competencias, atribuciones y extensas facultades [pero no es así].

El otro 50% nos tocaría al resto de los mortales, simples ciudadanos que tendríamos que portarnos correcta y legalmente frente a nuestros prójimos y el Estado [lo que tampoco resulta de dicha forma]. El resultado: un 100% del cielo en la tierra. Lo que no deja de ser una simple utopía.

Pero como esto no pasa de uno u otro lado, pues entonces tenemos que recordar que los ciudadanos y el Estado (nos referiremos aquí a administración pública como su representante terrenal) siempre estarán en permanente tensión frente a la dicotomía de la libertad individual de la persona versus las facultades de la administración estatal que constriñen y achican cada vez más esta libertad humana. Si retomamos el contrato social idealista de Juan Jacobo Rousseau, tenemos que ceder partes (cada vez más amplias) de nuestra libertad para que funcione la administración pública -y el estado en su conjunto-, buscando un fin común que es la persistencia de la sociedad humana en el tiempo y el espacio.

En resumen: a mayor administración pública menor libertad para el ciudadano. A mayor libertad individual de las personas, menos administración pública. Y por eso, desde el fin del absolutismo en el mundo occidental todas las monarquías han migrado a convertirse en regímenes constitucionales parlamentarios, o de plano a repúblicas, haciendo que los principios que la revolución francesa instauró desde 1789 pervivan en el inconsciente colectivo para lograr que “el conjunto de derechos y libertades fundamentales para el disfrute de la vida humana en condiciones de plena dignidad, intrínsecos a toda persona por el mero hecho de pertenecer al género humano” –los derechos humanos- tengan plena vigencia terrenal.

Sin embargo, el proceso histórico ha sido difícil. Ejemplos sobran: el nazismo, el fascismo, los exterminios genocidas, el colonialismo y su moderna esclavitud (Leopoldo II de Bélgica es su máxima expresión, con el Congo belga a cuestas), el armamentismo, las grandes inequidades entre ricos y pobres, el expolio de las materias primas de los países en vías de desarrollo. Todos son casos en que la realidad supera a la ficción. Y digo ficción porque la obra “El Proceso” de Franz Kafka individualiza el caso del personaje Josef K., enfrentado a una administración pública (en este caso penal) que termina exterminando a la persona sin razón o motivo alguno, después de incontables trabas burocráticas en el proceso de un tribunal sin rostro y sin alma. Pura maquinaria burocrática.

Entonces, frente a todo ello, los ciudadanos de a pie debemos tomar conciencia que si no exigimos nuestros derechos, buscamos ampliar su esfera de protección y ámbitos de aplicación, una administración pública obesa e ineficiente será el producto, en detrimento de sus destinatarios finales. Al final, el ogro (del que escribió Octavio Paz) nada “filantrópico” y convertido en caníbal, resultará de la desidia que se apoderó de los que debíamos cuidar los valores de justicia, libertad e igualdad, legado de aquellos que nos antecedieron en el camino.

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José Luis Castellanos González
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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