No conformes con la guerra de propaganda entre partidos y candidatos, la guerra de noticias falsas (fake news) expresada en medios y redes sociales, y la propia lucha política entre poderes (lawfare) que llegó a niveles inauditos esta semana cuando un escrito anónimo -¡increible!- desencadenó una investigación del Consejo de la Judicatura Federal en contra de ex colaboradores del anterior presidente de la Suprema Corte Arturo Zaldívar, estamos llegando a extremos inauditos de ruido mediático en la “guerra de encuestas”.
Si bien existen empresas encuestadoras serias y muy profesionales, -las conocemos y confiamos en ellas- existen también otras que venden sus servicios profesionales al mejor postor (candidata o candidato en estas elecciones) y que piensan que el electorado está “guey” [Xóchitl Gálvez dixit] al no poder definir con certeza sus preferencias electorales y tener que hacerlo por lo que dichas empresas demoscópicas quieren que creamos.
Entonces el resultado es que exista una total desconfianza hacia cualquier tipo de encuesta (sea de las muestras y las empresas que sean) que llevan a que los posibles votantes en las elecciones próximas observemos desde una prudente distancia dichos ejercicios estadísticos y tengamos que soportar las batallas políticas que se dan entre partidos y sus candidatas (os) desde la óptica siempre falible de quienes dicen ser “encuestólogos”, y que se utilizan como artillería –unas veces pesada, otras ligera- en las batallas de la lucha democrática.
José Saramago en su novela “Ensayo sobre la lucidez” (ya lo mencioné en alguna columna anterior) se aventuró a imaginar en la ficción el enojo de la ciudadanía con la democracia al asistir a votar a las urnas, pero dejando en blanco las boletas (lo cual no deja de ser una grandísima tentación para aquellos alquimistas electorales consumados). Y en este tenor me vuelvo a preguntar qué pasaría si la gente (población abierta, posibles votantes, mayores de edad) se negarán rotundamente a dar el anticipo de sus preferencias electorales al personal de dichas casas encuestadoras. Asunto arreglado. Ningún ejercicio estadístico llegaría a buen puerto dado que las encuestadoras no tendrían ningún material verificable en respuestas reales (de ciudadanos de carne y hueso) para sus pronósticos.
Pero como esto no es así y habrá personas que libremente decidan responder a los cuestionamientos en dichos ejercicios, y otras sean parcialmente o totalmente inventadas; el sesgo que puede resultar entonces es significativo y los candidatos (as) responderán como lo hicieron esta semana a una encuesta publicada por un diario local: “es solo una fotografía del momento, y la verdadera encuesta será el día de la elección 02 de junio”.
Pero para reflexión de ustedes dejo los siguientes puntos de análisis (si es que se atreven a transparentar su metodología) para que veamos de que se trata:
1- No nos dicen sobre qué base -estadística- se selecciona la muestra (existen algunas de 300 personas encuestadas, otras de mil, etc. con un rango diferenciado altísimo) No sabemos entonces si la muestra es representativa o no.
2- Tampoco queda claro en muchos casos si se realiza por teléfono, en casa –puerta a puerta-, o en la vía pública, en urna con voto secreto, o con respuesta de viva voz. Entonces cada tipo de levantamiento conlleva un sesgo.
3- Igualmente no sabemos qué áreas geográficas fueron seleccionadas para su realización. Si se hizo sobre un tamizaje territorial lo bastante consistente para eliminar el sesgo entre las distintas situaciones socio-económicas de los encuestados.
4.- En ocasiones quien contesta la encuesta no dice su real intención de voto, o el porcentaje de indecisos no brinda una consistencia estadística sólida a la encuesta. Muchas veces no quieren decir sus preferencias.
5- Los márgenes de error que son reportados juegan para todos los partidos y candidatos, por lo que en resultados muy cerrados inciden para el puntero en contra también.
6- Entonces, si se checa la metodología con detalle vamos a darnos cuenta de que lo que nos dicen en sus gráficas de barra, pastel o lineal, no necesariamente es lo que la estadística (si fuera real) dice.
Como vemos, el sesgo (desviaciones intencionales o accidentales sobre la realidad) es de tal magnitud que nos encontramos dentro de una jungla, la jungla de las encuestas electorales previas al día de la jornada de votación. Tome sus precauciones. Tome su decisión libremente y vaya a votar. Ya veremos cuales encuestadoras fueron las más precisas y profesionales y cuáles las más aberrantes y equivocadas (con un enorme gato encerrado adentro).