Resulta inevitable en estos momentos históricos de la humanidad hacer referencia a la violencia extrema que se cierne sobre distintas partes del orbe. Las guerras se hacen presentes como forma de justificar la preservación de los intereses de naciones o grupos étnicos [Ucrania vs. Rusia, Israel vs. los palestinos y ahora vs los iraníes, o las de los Balcanes, Georgia y Chechenia hace años, y en medio de todas Estados Unidos, la potencia hegemónica desde el final de la segunda guerra mundial en 1945].
Las guerras se han justificado como una forma del sometimiento del poder de unos a otros buscando la “paz y desarrollo civilizatorio”. La “pax romana” abarca desde cerca del nacimiento de Cristo (27 a.c.) hasta la muerte del emperador Marco Aurelio en 180 d.c. y se caracterizó por una relativa paz (aunque siguió habiendo enfrentamientos de los romanos con distintos pueblos) y permitió al imperio su desarrollo económico, de infraestructura, expansión territorial, el comercio, el intercambio cultural, y la seguridad interior. Este periodo de dos siglos es significativo para entender los inicios del cristianismo y su posterior crecimiento –aún y con la persecución en sus inicios de esta formación religiosa-.
“Si quieres paz prepárate para la guerra” (“si vis pacem para bellum”, en latín) es la frase que ha sido adoptada por diversos pensadores a lo largo de la historia para describir la conducta que se tiene que asumir en los intereses de las naciones, estados y grupos humanos que han destacado por su beligerancia y deseos de expansión territorial y económica. Dicha frase se ha atribuido a Publio Flavio Vegecio Renato escritor romano que dejó una huella indeleble en las estrategias militares de la Edad media y el Renacimiento.
El teórico moderno por excelencia de la guerra Carl Von Clausewitz (publicado póstumo en 1832) que escribió su tratado del mismo nombre “De la Guerra” hace referencia a que la guerra es la continuación de la política por otros medios [y vaya si lo practicó Napoleón, hasta que fue aplicada por las otras potencias contendientes].
Maquiavelo –teórico iniciador de la Ciencia Política contemporánea- veía a la guerra y a la política como inseparables, utilizando a la primera como base estratégica de los objetivos de control y desarrollo del poder.
Por su parte Sun Tzu, autor chino que vivió alrededor del siglo V a.c., en su obra “El arte de la guerra” deja lecciones imperecederas que parece que aún ahora Benjamín Netanyahu y Donald Trump aplican con fervor: “Todo arte de la guerra se basa en el engaño. No persigas a los enemigos cuando finjan una retirada, ni ataques tropas expertas. Debemos fingir debilidad, para que el enemigo se pierda en la arrogancia [bueno, esta no]. Ataca a tu enemigo cuando no esté preparado, aparece cuando no te esperan” Todas ellas frases que han quedado para la historia, no tan sólo de las guerras, sino también de la política, los deportes, y los negocios.
El ataque a Irán no fue sorpresa. Ya los medios estadounidenses lo habían anunciado cuatro días antes. La sorpresa fue la contundencia del ataque en el dominio de los cielos, y en la eliminación selectiva de altos funcionarios y científicos iraníes que habían sido delatados en su identidad y ubicación al Mossad (servicio secreto israelí) ¡por algunos propios iraníes!
Los iraníes han respondido con volumen más que con contundencia. Y en todo caso se ha construido un respiro político y argumentativo (de la agresión a Gaza) a Netanyahu con el ataque, razonando la defensa propia frente a la “amenaza nuclear” iraní. Cualquier parecido con el ataque de Estados Unidos en 2003 a Iraq, donde este fue el argumento, es “mera coincidencia”. Al final no se encontró ningún arma de destrucción masiva en aquella fecha.
Así que estemos atentos al desarrollo de estos tambores de guerra siendo testigos de hechos y acontecimientos cruciales del siglo XXI, como lo fue la paz de Versalles impuesta a los alemanes derrotados después de la primera guerra mundial. El resentimiento preparó el escenario del ascenso democrático al poder de Adolf Hitler y el rearmamento –durante la paz versallesca- para que en la segunda gran guerra terminaran dos terceras partes de Europa devastadas. El grado de venganza fue tal que Hitler condicionó la capitulación después de la invasión alemana a Francia en 1940, a que se firmara en el vagón del tren (el vagón de “Compiègne”) donde Alemania vencida había firmado su propia rendición en 1918. Las enseñanzas que nunca, nunca, aprenderemos de la historia. Como pareciera que hoy tampoco cuentan.