Condición esencial para nuestro contrato social: hacer verdaderamente pública la vida pública. La representación política es presentación de transparencia y rendición de cuentas. En una democracia todos somos políticos y, por ello, hay que avanzar de una democracia representativa a una democracia participativa sin olvidar la responsabilidad ciudadana de la autogestión. El populismo y el neoliberalismo represores deformaron México, hay que formarlo, reformularlo, transformarlo, es la tarea del segundo piso de la Cuarta Transformación. Sin “primero los pobres” no hay ecuación posible; tampoco sin el bienestar compartido.
No existe finitud para el tamaño de nuestra esperanza. El ascenso de Claudia Sheinbaum al Ejecutivo es continuidad, sí, pero con cambio. El cambio en reversa fue proscrito por las elecciones, soñar hacia adelante es también una tarea urgente. La democratización de la vida pública pasa por la democratización del Poder Judicial, uno de los últimos resquicios de la oligarquía, del PRIAN, de la delincuencia de cuello blanco y de la delincuencia organizada. El segundo piso de la Transformación será si y solo si se democratiza el Poder Judicial. Lo tiene claro Sheinbaum: “Promover la reforma al Poder Judicial para fortalecer el acceso a la justicia de todas y de todos sin distinción”.
La mayor aportación histórica de Andrés Manuel López Obrador es la de impulsar la revolución de las conciencias desde el marco teórico del humanismo mexicano que nace no solo de la lucha de emancipación colonial sino, y lo más humano, de la abolición de la esclavitud de Hidalgo. La verdadera lucha del ser humano contra el poder es la lucha por su emancipación, por su libertad. La revolución de las conciencias es la identidad de clase social emancipada del autoritarismo político formulado en democracia formal del neoliberalismo y de la conciencia de la desigualdad económica y social, cuyo engaño es el consumismo: todos somos iguales ante el mercado, ante las mercancías.
En su “Ensayo sobre un proletariado sin cabeza” lo clarificó José Revueltas: “Aunque el sistema capitalista no haya sido borrado aún de la faz de la tierra, la humanidad se encuentra, desde estos momentos, ante la perspectiva de sí misma como una humanidad libre, autoconsciente de la necesidad y que inaugura el reino de la conciencia, donde las leyes de ésta, por primera vez en la historia, deberán funcionar sin cortapisas ni mediatizaciones de ninguna especie. La conciencia humana desenajenada viene a ser desde ahora, por ello, el problema más ingente y sustancial de su historia…”(Obra política 2. Editorial Era, pág. 218).
La revolución de las conciencias exige a Sheinbaum cumplir lo prometido: “Gobierno honesto, sin influyentismo, sin corrupción, ni impunidad. Garantizar las libertades de expresión, de reunión, de concentración y movilización. Nunca usar la fuerza del Estado para reprimir al pueblo. Respetar la diversidad política, social, cultural, de género y de identidad sexual. Seguir luchando contra cualquier forma de discriminación. Garantizar la igualdad sustantiva para las mujeres y el derecho a una vida libre de violencias. Promover el desarrollo científico, tecnológico, la innovación y el conocimiento humanista y de la historia.
“Promover y facilitar con honestidad la inversión privada nacional y extranjera, pero sobre todo aquella que fomente el bienestar social, el desarrollo regional y garantice el respeto al medio ambiente. Profundizar la estrategia de paz y seguridad y los logros alcanzados”.
El humanismo mexicano, crisol de la Independencia, la Reforma, la Revolución, pero también líder de Latinoamérica y de la disgregada nación hispanoparlante que vive en España y los Estados Unidos. Frente al modelo neoliberal, un Estado de bienestar: primero los pobres… con bienestar compartido. El mundo es lo que es porque nosotros queremos que así sea. Somos mexicanos, somos excepcionales, es el tiempo de México, es nuestro tiempo.