Fueron más de 100 víctimas entre muertos y heridos. Entre ellos, cuatro mexicanos. El resto, mayoritariamente miembros de la Comunidad Gay Latina de la Florida: dominicanos, venezolanos, portorriqueños, colombianos…
Habían acudido al bar de la pacífica ciudad de Orlando a ejercer su libertad para convivir y compartir. Nunca imaginaron las intenciones asesinas de un enfermo de odio homofóbico, intoxicado además de radicalismo islámico, que habría de atacarlos cobardemente esa madrugada.
Un trágico episodio más que se une a la larga cadena de matanzas perpetradas en Estados Unidos por fanáticos y dementes.
Pero seamos honestos y reconozcamos que también en México ocurren crímenes de odio. Tantos como en Estados Unidos. Quizá con menos repercusión mediática pero, desgraciadamente, con mayor asiduidad y crueldad.
Van desde el muy frecuente bullying que se ejerce contra niños y jóvenes, cuya vulnerabilidad es aprovechada por otros para acosarlos, someterlos y
aun violarlos, hasta la discriminación, denigración y asesinato de personas que tienen una orientación sexual diferente.
¿Y qué podemos hacer para desterrar esta estúpida violencia?
Desde luego avanzar en el proceso civilizatorio de garantizar la misma libertad y derechos para todos.
Erradicar de nuestra mente y lenguaje todos los conceptos discriminatorios. Aceptar, racional y emocionalmente, que las diferencias son naturales y que forman parte del enorme jardín de diversidad que es la humanidad.
Aprender que la pluralidad enriquece.
Lograr que la educación y los medios asuman que la dignidad de cada uno está por encima de etnicidades, creencias y preferencias sexuales.
Presionar ahora a los congresistas del PRI para que aprueben la legislación sobre el matrimonio igualitario que envió al Congreso su jefe político: el Presidente de la República.
Estar pendientes para denunciar a los diputados y senadores de otros partidos que se opongan a la iniciativa presidencial o quieran nadar de muertito,
por miedo al qué dirán, o para complacer a las mentalidades medievales de sus regiones de origen.
Frente a la violencia del odio se debe ofrecer la solidaridad y la compasión; pero también manifestar la firme determinación para erradicar los prejuicios que la causan.